El reto del trabajo decente en la Iglesia

Está en marcha la campaña de la Iniciativa "Iglesia Unida por el Trabajo Decente", que tiene sus momentos álgidos en torno al pasado 1 de mayo y al futuro 7 de octubre, en que celebraremos, un año más, la Jornada Mundial del Trabajo Decente. Esta iniciativa aglutina diversas entidades eclesiales para hacer oír una sola voz de Iglesia recordando la necesidad de reclamar y hacer posible un trabajo decente para todos, como camino para luchar contra las injusticias, para superar las desigualdades, y para construir una sociedad más fraterna y justa, en la que el centro sea la persona, en la búsqueda del bien común.

Es un llamamiento a toda la sociedad: a trabajadores y empresarios, a organizaciones sindicales y asociaciones patronales, a partidos políticos y colectivos ciudadanos y, necesariamente, a nosotros mismos; a las propias entidades promotoras de la iniciativa y, consecuentemente, a toda la Iglesia.

Me quiero fijar especialmente en esto último, en el reto que supone para la propia Iglesia vivir lo que reclamamos y anunciamos. En la Iglesia cualquier anuncio, y cualquier denuncia, solo se puede hacer desde el testimonio porque siempre es misión evangelizadora que ha de realizarse con palabras y con obras. Lo que anunciamos, el mensaje, debe verse y palparse en las realizaciones, las actitudes, los pasos que, con dificultades y a pesar de las propias incoherencias, vamos dando para hacer vida lo que anunciamos. Y eso supone reconocer las propias incoherencias para saber superarlas, y crecer en actitudes de coherencia con aquello que predicamos.

Si la Iglesia reclamamos un trabajo decente convencidos de que solo de esa manera se recorre el camino de un desarrollo humano integral, el camino de una justicia solidaria, y de una humanidad fraterna, que anticipen el reino de Dios, nuestras prácticas laborales -en todos los ámbitos en que existen dentro de la Iglesia- han de ser absolutamente ajustadas a lo que es un trabajo decente; aquello que tan bien sintetizó Benedicto XVI en Cáritas in veritate 63:

un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.

Hay cosas en la Iglesia que solo se pueden realizar gratuitamente, porque si no lo hiciéramos así, desvirtuaríamos nuestro servicio; porque si no lo hiciéramos así, dejaría de ser evangelio: dad gratis, lo que habéis recibido gratis. 

Pero hay multitud de tareas que son trabajo, simple y llanamente. Trabajos necesarios, y que por eso mismo han de ser trabajos decentes. No podemos, en la Iglesia, permitirnos otras prácticas que no sean esas. Tenemos muchos ámbitos en los que revisar y en los que crecer: trabajadores de curias diocesanas, técnicos de proyectos y Cáritas, trabajadores en parroquias o al servicio de museos eclesiásticos y bienes culturales, residencias, personas liberadas para realización de tareas básicas de nuestras iglesias diocesanas, medios y empresas de comunicación, centros hospitalarios, educativos, asistenciales, trabajos que hoy se esconden confundidos con el voluntariado,aunque no lo sean... En fin, multitud de áreas en los que es necesario que paremos a revisar y preguntarnos, qué tenemos que hacer para que sean trabajos decentes.

La pregunta es insoslayable, y la respuesta podemos anticiparla: si no lo son (decentes), que lo sean. Es una exigencia de coherencia evangélica.

Eso requiere también que nuestras prácticas no sean las de cualquier empresa o negocio que exista en el mercado. Hay otras actitudes que deben impregnar esas prácticas en clave de economía de comunión. Nosotros no podemos, por ejemplo, agarrarnos sin más a las prácticas permitidas por la ley simplemente porque estén permitidas. No podemos despedir, o sustentar la temporalidad y la precariedad porque sea legal. Nosotros hemos de buscar el reino de Dios y su justicia. Nosotros habremos de movernos en otras claves de comunión y de humanidad que nos ayuden a encontrar otros caminos más evangélicos, siempre. Donde no llegue la ley habrá de llegar la comunión y el evangelio.

Indudablemente tenemos un reto. Por aquí hemos de empezar.

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