Comunidades contraculturales

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Estoy leyendo a ratos lo que me queda de este libro de Fernando Rivas que hemos editado hace poco, y que -obviamente- recomiendo. Hoy leo (pág. 104 y stes.) que el cristianismo no surgió en un medio cómodo, fácil y receptivo a sus propuestas. O sea, como el nuestro más o menos. Por el contrario encontró una fuerte resistencia. Se pregunta F. Rivas cómo pudo sobrevivir e incluso crecer el cristianismo en un medio tan hostil y en unas circunstancias tan difíciles.

La respuesta nos da luz para saber orientar el camino de la Iglesia hoy, y lo que hemos de ser en medio de este mundo hostil y en estas circunstancias que hoy rodean la experiencia de fe de los creyentes y la vida de la Iglesia. Eso sí: teniendo en cuenta que hoy hay razones para la hostilidad que se provocan dentro de la misma Iglesia, y que es necesario seguir caminando en conversión.

Apunta Fernando, digo, una serie de razones de la supervivencia y crecimiento que hemos de recuperar vitalmente hoy, no solo pensando en sobrevivir o crecer, sino, sobre todo, en rehacer la experiencia eclesial más radicalmente original y evangélica. Las señalo y comento:

- El estilo de vida atrayente. Ser cristiano es, sobre todo, una manera de ser y de vivir distinta. Porque cristiano solo se podía ser y vivir en comunidad (igual que hoy, aunque esta condición haya desparecido del horizonte de vida de muchos que se dicen cristianos). Unas comunidades cercanas que acompañaban todo el recorrido creyente, desde los inicios hasta el final. Una comunidad que concedía importancia a todos los momentos del recorrido creyente, que partían de realidades humanas clave, cargando de signos sacramentales los procesos vitales., vividos en contextos comunitarios y que eran continuamente revisados y reformulados. Por el contrario hoy reproducimos en muchas ocasiones signos vacíos y ritos esclerotizados, que somos incapaces de conectar con los procesos vitales, con el hondón de la vida. Hoy hay muchos bautizados sin la más mínima experiencia comunitaria, sin una realidad comunitaria-eclesial en la cual caminar. Nuestras comunidades son muchas veces cualquier cosa menos cercanas, compañeras y acogedoras. Esto lo tenemos que revisar.

- Unas comunidades resistentes, perseverantes y resilientes, que cuidaban la vocación cristiana frente a las dificultades que se encontraba. Una resiliencia que no se basaba en la agresividad a los extraños, en la defensa perenne y atrincherada frente a todos, sino en la formación de personalidades recias, capaces de vivir su experiencia creyente en cualquier circunstancia y lugar mediante el desarrollo de una ascética de vida y la práctica de una espiritualidad; una ascética en cuya base están las Bienaventuranzas. La manera cristiana de vivir que señalan las bienaventuranzas se hicieron cultura, vida práctica y concreta, personal y comunitaria. Algo que hoy nos cuesta ver en muchos creyentes, porque no se forma, no se enseña a vivir la fe en las distintas circunstancias y lugares de la vida, y también se ha rebajado la espiritualidad, desconectándola de la vida concreta. Es necesario recuperar el nivel de exigencia de vida que comporta la fe, y acompañar, mediante procesos de formación el crecimiento de la fe vivida, para poder sustentar la fe que ha de vivirse en lo cotidiano. Muchas veces se ha reducido la formación en la Iglesia a catequesis sacramentales que miran al rito, infantiles e infantilizadas, incapaces de generar una fe adulta, que no tienen en cuenta la vida, que siguen desconectando fe y vida. Esto lo tenemos que revisar.

- Unas comunidades acogedoras, especialmente de los más necesitados. Una comunidad que hace acogida personalizada. Una acogida que hace verdad la comunión, que hace verdad el que somos familia, porque nos conocemos, no solo nuestro nombre. Porque vivimos en comunión, caminamos juntos, compartimos los bienes, la vida, la acción. También tenemos que revisar esto, cuando muchas veces hemos convertido la caridad -expresión de la acogida de los pobres- en una burocracia de servicios sociales que no implica la vida propia en la vida del otro, que no siente al otro necesitado como parte de la comunidad o, al menos, como invitado a formar parte de la comunidad. cuantas veces nuestras parroquias y comunidades son espacios de coincidencia de desconocidos en espera de obtener servicios. Incluso nuestras celebraciones. Esto lo tenemos que revisar.

Tenemos que volver a ser contraculturales. Tenemos que ser, vivir, y proponer una manera de vivir, que manifieste que es posible otra vida, que podemos construir y establecer otras relaciones entre las personas y los grupos, que podemos vivir -y vivir mejor- poniendo en el centro de las preocupaciones de la vida social y económica las necesidades de las personas, especialmente de los pobres, y responder a ellas desde la comunión. tenemos que acompañar a las personas, en directo, en vivo, en primera persona, de manera cercana e implicada. Y tenemos que seguir diciendo que no todo lo que intentamos contemporizar con el evangelio es cristiano. Tenemos que mostrar -frente al individualismo de esta sociedad con el que muchos creyentes pretenden vivir la fe- que solo en comunidad es posible el encuentro con el Resucitado. 

Tenemos tarea.

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