¿Habrá lugar para la esperanza?

En estos últimos días he asistido a dos actos distintos, una conferencia de Santiago Agrelo, con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y refugiado, y un coloquio con expertos en Doctrina Social de la Iglesia sobre el tema "Sociedad Civil y Bien Común" al que fui invitado. Siendo distintos, ambos tienen cosas en común. Por una parte que ambos fueron organizados por entidades vinculadas a la Iglesia y en ámbitos académicos y, por otra, que detrás de los dos latía una misma cuestión expresada en concreciones distintas: la dignidad de la persona.

El primero se convocaba bajo el lema "Migrantes, paradigma de nuestro tiempo" y entre las cosas que Monseñor Agrelo dijo me llamó la atención -por la contundencia con que la expresó- una frase: "No hay lugar para ninguna esperanza en unos graneros repletos". No se refería solo a los graneros materiales, sino a la instalación en el bienestar de esta sociedad europea que va cerrando progresivamente los ojos y el corazón al grito y al sufrimiento ajeno, y que, cada vez menos siente la necesidad de salvación, con lo cual no puede suscitar ni albergar -porque no la busca ni la desea, ni siente que la necesite- esperanza alguna. 

En el segundo de estos encuentros se partía de la propuesta de que la dignidad de la persona y el bien común deberían estructurar toda la lógica económica, superando el paradigma economicista que todo lo invade. 

El primer día se afirmaba que mientras la Iglesia no tengamos claro que nuestro sitio está entre los más pobres de los pobres, frente a todos, no será posible esa esperanza, porque solo una Iglesia de últimos tiene futuro. El segundo día se profundizaba en la necesidad de trabajar con valentía para ir más allá del modelo social vigente, incluso en la formulación de propuestas alternativas que manifiesten que otra vida (con todo lo que supone) es posible. Los dos días, en fin, se hacía presente la clave de la comunión, como camino y meta y la necesidad de rehacer los vínculos comunitarios que nos adentren en esa senda comunitaria que nos permita recomponer y reapropiarnos de nuestra humanidad más radical.

Necesitamos la esperanza como la lluvia temprana. Necesitamos rehacer los caminos de nuestra humanidad y recuperar la capacidad de amar que nos humaniza, desde la compasión. Necesitamos lógicas distintas a las de este sistema, si queremos tener un futuro y, desde luego, un presente, digno de crédito.

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