Reflexiones esperanzadas desde la tristeza

La desproporción justifica -de la mano de la irrealidad- lo injustificable, y terminamos convirtiendo en normal lo que de ningún modo puede serlo. El desapego de la realidad nos hace incapaces de otear la verdad, y nos hace carne de manipulación, porque acabamos sustituyendo los hechos y sus causas, por nuestras valoraciones subjetivas. Estos días he leído opiniones parecidas: las personas son dignas de respeto siempre, pero las ideas han de ganarse el respeto. Creo que la frase es de Adela Cortina. 

Hay ideas que aún no se han ganado el respeto, porque no se sustentan sobre la verdad, porque se imponen, porque "okupan" el lugar de la verdad, porque no tienen en cuenta la razón cordial que hace falta para el diálogo. Y solo la verdad del reconocimiento de la dignidad de cada persona puede hacernos comprender y empatizar con las ideas del otro. Lo contrario es una suerte de manipulación.

Ninguna idea puede estar por encima de la dignidad de la persona, y hoy, lamentablemente está sucediendo lo contrario. Es difícil dialogar en el tumulto y rodeado de masas enfervorecidas. Es imposible cuando se sustituye la verdad del ser humano por mi propio interés.

Y es, para mí, más triste, que los cristianos olvidemos eso, y que pongamos ideas o ideologías por encima de Cristo y de la fe o, peor aún, que intentemos poner la fe cristiana al servicio de las exclusivas ideas, por buenas y respetables que pudieran llegar a ser. El lugar de los cristianos es siempre la verdad como punto de partida que hace posible el diálogo, y la comunión, al lado de los empobrecidos. No hay otro lugar posible. Cuando lo abandonamos, cuando lo supeditamos al nuestro sentimiento, a la propia idea, hemos perdido la cordial relación con el evangelio.

Siempre es necesaria la virtud de escuchar. Más en estos días en que si se necesita algún testimonio de esperanza es el de la comunidad capaz de superar las ideas, de caminar en la comunión, desde el respeto a la dignidad del otro, desde la escucha y la acogida mutua, para construir en la pobreza, la humildad y el sacrificio, la comunión que nos vivifica.

Creo que este testimonio será posible, creo que seremos capaces de ofrecer caminos de salida a situaciones imposibles, creo que será así, no porque me fíe de nosotros, sino porque me fío de que Dios encontrará la manera de que crezca -pese a nuestra dura cerviz- esa semilla de humanidad y fraternidad que dé esperanza a la humanidad.

Espero que nos vayamos dejando trabajar por Dios para estar dispuestos a dejarnos curar las identidades heridas, y a curar la de los otros. Espero, incluso, que descubramos que la propia identidad herida sana cuando pese al al dolor nos empeñamos en curar la herida ajena.

No hay hoy otra aportación más necesaria que podamos hacer las comunidades cristianas para construir esta sociedad por caminos de humanidad.



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