CRÓNICA DE CATACUMBA (10)

Hoy he amanecido más temprano. A las 5,30 de la mañana estaba despierto. He aguantado hasta las seis y cuarto escuchando la radio, pero ya me sobraba la cama, así que he encendido el martes: oración, ducha, desayuno, limpieza del baño, alguna reparación doméstica menor que se iba dejando para un día de estos... y a la faena del día.
Los mirlos madrugan hoy también, y hacen de despertador en el jardín. Sigue lloviendo. El invierno reclama el tiempo necesario para concluir el trabajo que se le ha quedado pendiente.

Esta semana, como decía ayer un vídeo que me mandaron, ya nos pilla entrenados, y sabemos de qué se trata, así que debería resultar más fácil, pero... mis vecinos van retrasando el despertar. Las persianas siguen echadas hasta abajo. Los horarios empiezan a ser, me parece, menos proactivos. Ayer se dejaba oír alguna discusión en tono elevado -por alguna tontería, seguro- a través de las paredes. Empiezan a tensarse algunas junturas. Los niños de mis vecinos ya dieron ayer algún concierto de llanto incontrolable. Tenemos que aprender a convivir; esto es difícil. A san Juan Berchmans se le atribuye aquella frase: “mea maxima poenitentia vita communis (mi máxima penitencia es la vida común)”.

Quizá el entrenamiento adquirido en retiros y ejercicios en dinámica conventual me va a ser útil estos días. Tenemos que aprender también a estar solos. Aprender a marcar el ritmo del tiempo como se hacía antes, atravesado por los momentos de oración, en función del quehacer necesario, pero, sobre todo, en función de la vida, para no olvidar que el "hombre es Señor también del sábado".

El retiro de ayer resultó una buena experiencia. El silencio, la oración, la música de fondo, el encuentro sereno con la Palabra, el encuentro virtual con mi equipo, el compartir nuestra reflexión y oración... y compartir el deseo de vernos en persona, de tocarnos y abrazarnos llenó el día.

Quizá esta cuaresma nos esté volviendo más humanos, nos ayude a mirarnos nuevamente a los ojos, a cruzar miradas, a no esquivarlas. Quizá nos ayude a pasar de la pasividad y la indiferencia al encuentro humanizador y sanador, como sugiere el evangelio de hoy (Jn 5, 1-3.5-16) Quizá, a partir de mañana, nadie tenga que pasar treinta y ocho años paralizado, enfermo, descartado, como el paralítico del evangelio, sin que nadie que pasa a su lado se fije en él, sin que nadie se dé cuenta de que lleva toda una vida ahí. Quizá, a partir de mañana, la compasión y la misericordia, vuelvan a ser la seña de identidad de esta humanidad.



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