CRÓNICA DE CATACUMBA (15)

No. No me he quedado dormido con el cambio de hora, ni nada parecido. pero la mañana ha estado ajustada de tiempo, y hasta ahora no encuentro un momento para sentarme a escribir la crónica.

Ayer el día se completó con las faenas domésticas. El tener que planchar me permitió disfrutar del calor del sol que se colaba por la ventana. A mi vecino el calorcito del sol le permitió ponerse a limpiar todos los cristales de las ventanas. Menudo tute se dió.

El amanecer hoy ha sido más luminoso por mor del adelanto horario, y le hemos ganado, de paso, una hora al claustro. El Señor ha vuelto a abrirme los labios para proclamar su alabanza, y por su misericordia entrañable, el sol, que nace de lo alto, ha vuelto a visitarnos para iluminar a los quienes vivimos en tinieblas y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

A media mañana encamino mis pasos a la parroquia, atravesando calles vacías solo pobladas de pájaros. El encuentro con los compañeros nos confirma que, de momento, estamos todos bien, y sirve para ponernos al día de la evolución de quienes han enfermado en la comunidad parroquial, o entre los conocidos.

Celebramos, una vez más, en la cripta, la eucaristía, solo nosotros cuatro. Experimentamos la Vida de Dios en medio de tanto dolor y tanta muerte, como una invitación a levantar la losa del sepulcro que también nos oprime en estos días.

En un ámbito dominado por la muerte, Jesús se presenta como la resurrección y la vida. Y es que en el proyecto creador de Dios las personas no estamos destinadas a la muerte, sino a la vida plena y definitiva. El grupo de Jesús es una comunidad de hermanos y amigos, que se relaciona en el afecto y el amor, dispuesta a afrontar los riesgos necesarios para ayudar a quien lo necesita. 

Nuestro mundo también está lleno de contradicciones muerte-vida. Pregonamos los derechos humanos como nunca, y lo hacemos en una cultura del descarte, en un sistema que mata, literalmente. Hablamos de libertad, sintiendo el “frío aliento del miedo”. Decimos que la persona es lo primero, entre cientos de cadáveres ahogados en el Mediterráneo, o mientras levantamos muros y vallas, en lugar de puentes de encuentro y abrazos fraternos que acojan… Solo contemplando el número de los fallecidos en accidentes de trabajo cada día, ante el que nuestro mundo es incapaz de sentirse conmovido, tendríamos que sentir escalofríos. 

Frente a la cultura de la muerte, es urgente que los cristianos luchemos, trabajemos, construyamos con nuestra vida, otra cultura de la Vida, mostrando que nuestra fe es una opción radical por la vida y la dignidad humanas, por unas condiciones de vida verdaderamente humanas. Ahí tenemos campo necesario de acción y compromiso. 

Creer en Dios es creer en la vida. En otra vida que crece en esta. Una fe en la vida preñada de esperanza, que anuncia la buena noticia de que nuestro Dios es un Dios de vida que quiere la vida para todos, y pone en nuestras manos lo necesario para que seamos constructores de la vida de Dios. 

Tendremos que seguir aprendiendo, viviendo, descubriendo y creyendo en la Vida resucitada, mucho más que hasta ahora. 

Si repasas tu vida, te toparás con la vida débil y amenazada, y la que muere sin causa y sin sentido, y la que busca vivir, y la que se entrega y siembra. Agradece la vida y ora por quienes, incluso en medio del sufrimiento y la muerte, testimonian pasión por la vida de todos. Da gracias también por los signos de vida –pequeños y grandes- de nuestro mundo.

¡Hasta mañana, de nuevo, en el altar!

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