CRÓNICA DE CATACUMBA (17)

El cambio de hora no parece haberme afectado de momento, y por las mañanas me despierto a la hora habitual, incluso minutos antes de que suene el despertador para encarar el día. Hoy sigue cayendo la lluvia mansa. En el norte de la ciudad dicen que nieva. Todas las demás persianas del bloque que se divisan por el patio interior están aún cerradas. Mis vecinos duermen. Hoy, incluso los pájaros duermen. Y es que el frío invita a ello.

Así que, en el silencio gratificante de esta alborada la oración me pone en los labios el salmo 32:

Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:

que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
Él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.

Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió,
Él lo mandó y surgió.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
Él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.

No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.


Hay palabras del salmo que resuenan de modo especial esta mañana: que la palabra del Señor es sincera y leal, que ama la justicia y el derecho, que su misericordia llena la tierra. Suena de modo intenso el proclamar que el Señor deshace los planes de las naciones, que frustra los proyectos de los pueblos, pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Suena de modo consolador escuchar que los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia para librar sus vidas de la muerte.

Suena de un modo tan cercano, hace sentir tan tierna la mirada y la presencia de Dios en este amanecer, que podemos poner nuestra confianza en su ternura y misericordia. Porque, en definitiva esa es la experiencia cotidiana en la que vamos creciendo: Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.

Podemos aguardar al Señor, alegrarnos con Él y confiar en Él.

Hay salmos que solo pueden comprenderse y orarse cuando lo hacemos desde las situaciones vitales que experimentó el salmista.

Llevo casi los dieciséis días de claustro mordiéndome la lengua, intentando no caer en la trampa de entrar a responder a noticias que leo, o a muchos de los comentarios que hay en las redes Especialmente en la cloaca tuitera. Casi siempre lo consigo. Alguna vez, no. Otras mi reacción es hacerme salmista: clamar al Señor en voz alta, en la soledad de la habitación o gesticulando mientras camino por el pasillo.

¡Hasta cuando, Señor! ¡Hasta cuando la insensatez y la mentira de quienes gobiernan esta comunidad! ¡hasta cuando, orientar la acción a buscar el propio prestigio, aunque sea sobre la falsedad! ¡Hasta cuando, señor, la insensatez épica y falsaria! ¡hasta cuando, Señor, la patria por encima de los pobres!
¡Hasta cuando soportar el discurso vacío que se envuelve en banderas, inservibles para arropar a quienes en su pobreza siguen sufriendo más aún, y más invisiblemente en esta situación!
¡Hasta cuando, Señor, tendremos que soportar su hipócrita soberbia ignorante!
¡Hasta cuando, Señor, los eclesiásticos incapaces de dejarse abrazar por tu ternura!

El final de mi salmo coincide con el salmo 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. Que en medio de esta situación sigamos buscando los caminos de humanización, de verdad, de ternura; caminos samaritanos que desmonten los planes de esta ralea.

Voy a echar un vistazo a la prensa (el que nace lechón...) y a ponerme a la faena, que se deshilacha el día.

¡Hala, ya estáis tardando!


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