CRÓNICA DE CATACUMBA (4)

Hoy he tardado más en poder hacer esta crónica. Casi toda la mañana he estado reunido -virtualmente- aprovechando las nuevas tecnologías, con la comisión permanente de la HOAC. Encerrados pero no parados. Hay bastantes cuestiones que seguir atendiendo, y a ello nos hemos puesto con ánimo. Podemos encerrar la vida, pero no detenerla. 
Y hoy tampoco he asomado la nariz por la calle; no tengo que ir al médico, ni a comprar, ni al estanco, y no tengo perro que me saque a la calle, así que el horizonte seguirá siendo el del patio interior del bloque, donde la vida sigue: los pájaros se han adueñado de él, como hacía el mirlo de mi última parroquia con el jardín y las macetas. ¡Qué buenas trifulcas teníamos! Los árboles van despojándose del invierno y apuntan brotes verdes cada vez más frondosos en una anunciada primavera que parece tener prisa por llegar.

Nuevas maneras de hacer las cosas, como seguir ayer el rezo de vísperas por streaming unido a la comunidad de mis hermanas pobres de Santa Clara, en Carmona. Escuchar sus cantos, sentir su oración, escuchar sus voces, verlas de pasada, le dio a la oración vespertina otra calidez humana. El retiro de cuaresma que teníamos previsto lo haremos también de esta manera. Un modo distinto. A ver qué tal...

He vuelto a recuperar el té de las seis de la tarde (una hora menos en Gran Bretaña) como quicio de la jornada. Soy más de café pero, por la tarde, no desprecio un té de Ceylán que me recuerda a Victoria, quien me lo regaló cuando se quedó aquí en casa unos días. La intensidad del sabor serena. A partir de ahí entro en la recta final del trabajo y preparo la oración vespertina.

Como una campana que llama a la oración, empieza a sonar cada día a las 8 de la tarde el aplauso cotidiano. Nos convocamos a los balcones. Es como si pasáramos revista. estamos los mismos. No falta nadie. Bueno, el día no ha ido mal. Mañana volveremos a encontrarnos, a sentir que seguimos acompañados. Es como un rito de comunión humana, como una oración compartida.

Y, mientras cenaba anoche, afrontaba los problemas graves: ¿qué me preparo de comer mañana? ¡Qué pereza tener que pensarlo cada día! Y me acuerdo de mi madre, cuando lo decía. Y sonrío. 

Esta mañana en Laudes, el salmo 85 me invita a unirme a tantos que sufren como el salmista, y a sentir como él que Dios sigue alentándonos en medio de la adversidad. 
Y rezándolo, el día empieza a tener otra luz.

Salmo 85: Oración de un pobre ante las adversidades
Ant: Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor.

Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor.

Comentarios

  1. Alabad, siervos del Señor,
    alabad el nombre del Señor.
    Bendito sea el nombre del Señor,
    ahora y por siempre:
    de la salida del sol hasta su ocaso,
    alabado sea el nombre del Señor...

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