CRÓNICA DE CATACUMBA (5)

Buenos días. Felicidades a los Pepes y Pepas y a los padres. Tras las abluciones, la frugal colación, y la oración matinal, la primera tarea del día ha sido esa: enviar las felicitaciones que tocan.

Antes me he detenido en la oración en la segunda lectura de la misa de hoy. Ese texto de la carta a los Romanos (4,13.16-18.22) que invita a esperar contra toda esperanza; a creer, precisamente, apoyado en la Esperanza. ¡Qué apropiado para esta situación! me digo. Cuando todo parece que nos alarga el horizonte de la incertidumbre, y que no estamos sino al principio de un largo enclaustramiento, podemos resituar nuestra Esperanza, colocándola no en nuestras expectativas, sino en la fidelidad del Amor de Dios, en la fidelidad del Dios que, siempre, cumple sus promesas.

La reflexión que el papa dirigía al clero de Roma en la reciente liturgia penitencial que se celebró el mes pasado, insiste en esto de una manera clarividente: no nuestras expectativas, sino la Esperanza. Os dejo el enlace, porque aunque está dirigida a los curas, vale para todo hijo e hija de vecina.

Ayer la tarde estuvo cargada de trabajo (Esperad, ahora sigo, que tengo una lavadora que tender, y se me había olvidado)... ... ...
... ... 
Ya estoy de vuelta. Es que hoy he aprovechado para el cambio de sábanas y esas cosas que vosotros sabéis que hay que hacer nos confinen o no. Como os iba diciendo, la tarde estuvo apretada. Las reuniones mañaneras aunque sean virtuales tienen esto: que germinan tareas como hongos. Y casi se me pasó la tarde sin sentir. Hasta la hora de la oración, y el aplauso cotidiano. 

Hubo llamadas telefónicas, llamadas de cuidados. Leo que está creciendo el tráfico de llamadas de voz más que mensajes, whatsapp y otros. Hemos experimentado, parece, la necesidad de escuchar la voz de los demás en vivo, de escucharnos. A ver si nos dura, cuando todo esto pase. La homilía del papa Francisco ayer en santa Marta, también habla de la cercanía, de la del Dios cercano. Dice, al final esto:

Nuestros Dios es cercano y nos pide que seamos cercanos, el uno al otro, que no nos alejemos entre nosotros. Y en este momento de crisis por la pandemia que estamos viviendo, esa cercanía nos pide manifestarla más, hacerla ver más. Tal vez no podemos acercarnos físicamente por miedo al contagio, pero sí despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros: con la oración, con la ayuda, tantos modos de cercanía. ¿Y por qué debemos ser cercanos el uno al otro? Porque nuestro Dios es cercano, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la proximidad. Por eso, no somos personas aisladas: somos próximos, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la proximidad, es decir, el gesto de la cercanía.
 
Pidamos al Señor la gracia de ser cercanos, el uno al otro; no esconderse el uno del otro; no lavarse las manos, como hizo Caín, del problema ajeno: no. Cercanos. Proximidad. Cercanía. «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?»

La mirada fugaz al mundo exterior me descubrió la cantidad de pájaros que hay en mi calle, y que ayer tarde campaban a sus anchas. Una buena bandada de gorriones que, por decenas, se había adueñado del asfalto. Se lo estaban pasando en grande.

Tenemos que aprender de los monjes y monjas de clausura a vivir el día pleno, el "ora et labora" marca las horas, llenando de sentido el día en los monasterios, y puede llenar de sentido estos días de enclaustramiento. Y tenemos que aprender de los pájaros esa sencilla alegría que cantaba Luz casal. Y a valorar el silencio, y aprender a mirarnos, a acoger lo que descubrimos de nosotros mismos estos días, y a querernos como somos, como Dios nos quiere.

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