CRÓNICA DE CATACUMBA (6)

Ayer, solemnidad de san José, me dirigí por la mañana a la parroquia tal como habíamos quedado los curas para vernos, reorganizar, y celebrar juntos. La parroquia mantiene un horario muy reducido de atención: una hora por la mañana y otra por la tarde. Alguna persona de camino a la panadería se acerca un momento al templo a orar. 

Volvimos a vernos sin tocarnos, volvimos a sonreirnos y mirarnos, a ponernos al día de la situación de las personas, y a celebrar la Eucaristía en la cripta. Solo nosotros cuatro. La palabra ayer nos hablaba del cuidado; el que tuvo José de María y Jesús, nos hablaba de cuidarnos, y nos hablaba de esperanza. Dos invitaciones necesarias en estos tiempos.

En el trayecto sigo encontrándome los colchones vacíos bajo los aleros de los bloques, los cartones en los soportales. Sigue durmiendo gente en la calle estas noches. No sé donde acuden luego. La respuesta de la Administración sigue siendo lenta y escasa. Esta mañana temprano, desde la ventana, se ve a tres personas que aún duermen en el soportal de un bloque de viviendas cerano.

Me encuentro también con varios albañiles trabajando en una obra. Aquí no hay teletrabajo. Aunque se protegen con mascarillas, se nota la sensación de desazón. 

Lo que te das cuenta es cuántos perros hay en Madrid. Creo recordar que no hace mucho leía una noticia en el periódico que decía que había más perros que niños en esta ciudad. Empiezo a comprobar que puede ser cierto.

Ayer las vísperas y una larga videollamada en grupo por whatsapp con mis hermanos, fueron el pórtico de la cena y el descanso.

Ahora, mientras escribo, mi vecino de enfrente se asoma a la ventana. Unos segundos, solo. Se apoya en el alfeizar. Mira con resignación al cielo mientras se sujeta la cara con las manos. Hoy está nublado. Parece que piensa: "qué largo se está haciendo".

Me da la impresión de que empieza a aparecer esa vaguada emocional. Esto se hace largo. Hemos gastado mucha artillería en los primeros días. Algunos videos o memes que te llegan por las redes, lo decían con sorna: acabaremos agotados de todo lo que vamos a hacer mientras dure el confinamiento. Y ya parece que estemos saturados, cansados, y no sepamos bien cómo seguir. Se va notando en los aplausos de las ocho. Y es que, tendremos que racionar el entusiasmo para que dure. No gastarlo todo de golpe. Porque esto va para largo. Y los miedos van cambiando de rostro, pero siguen ahí. La noticia de portada del periódico es que la mitad de los españoles teme perder el empleo por la crisis. Así que va perfilándose un horizonte que no será regresar al pasado, sino tener que construir y pelear un futuro verdaderamente humano.

Por otra parte tendré que aprender algo más difícil: convivir conmigo mismo. En los silencios y las horas largas, me encuentro eso: hay un yo en casa. Y no puedo esquivarlo. Aunque lo mande por el pan, y me de unos minutos de calma, al rato regresa y me tropiezo con él en la cocina.

Puede ser un buen ejercicio de salud mental hacer las debidas presentaciones conmigo mismo. Y, al tiempo, desconectar de las redes. La saturación de noticias, opiniones, falsedades y estupideces nos puede embotar y agriar.

Esta mañana en la oración el texto de Oseas 14, 2-10 sitúa de nuevo el horizonte: "no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos". ¡Cuantos dioses nos hemos fabricado! Y cómo se van derrumbando uno tras otro.

Leo esta mañana en la Vanguardiade momento el coronavirus ha derrotado al dinero, quizá la divinidad más cruel de la actualidad. Las bolsas nos sueltan latigazos todos los días, a ver si volvemos a darle vueltas a la noria financiera, pero no les hacemos mucho caso. De repente, ya no se adora al dios déficit en los altares de la política europea. Y es hermoso que, por fin, le demos a la vida humana más valor que a los billones de la globalización.

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» Con esta pregunta comienza esta conversación con Jesús en el evangelio de hoy. Y con la misma comienzan muchas de nuestras reflexiones: ¿qué es lo más importante que hago como cristiano?,¿cómo priorizar? Y la respuesta es fundamental en nuestro camino, porque nuestro tiempo diario es limitado, y no estamos llamados por Dios a andar agobiados, corriendo, sin vivir en profundidad, haciendo de todo sin saber a qué estamos realmente llamados.

Y Jesús responde: «El primero es: Escucha (…) amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, (…)El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» 

Lo primero “Escucha”. Dedica tiempo a saber qué y qué no son tus llamadas. Hay muchas formas de amar a Dios y al prójimo, pero no todos estamos llamados a hacerlas todas. Porque cuando hacemos mucho pero sin profundidad, sin pausa en la persona, sin tiempo de corazón… es difícil sentir y expresar que con ese acto amamos. Y sin expresar y sentir amor no cultivamos Reino de Dios, no sembramos transformación de la realidad ni conversión de vida.

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