CRÓNICA DE CATACUMBA (7)

¡Cómo pasa el tiempo! Una semana ya enclaustrados. Con razón cuando me tuve que empadronar en Madrid, al ver que vivíamos varios curas juntos, catalogaron la vivienda como "abadía o monasterio". Yo creo que se lo veían venir.

Ayer fue un día de "todo en casa". Sin salir a nada. A ratos pesaba el confinamiento. Pero he descubierto que lo que más me pesaba es la saturación de noticias, de mensajes, de tuits estúpidos, de bulos, de irresponsabilidad, de gente que se los traga como si mojaran pan en salsa... hay muchos. Es increíble el nivel del personal, y de bastantes políticos, que siguen jugando a las casitas y a los indios. Total, que me descubrí que estaba de los nervios en más de un momento cuando iba leyendo. Así que hoy, salvo para compartir lo habitual les van a ir dando a las redes, porque el riesgo es que recite la genealogía completa de más de uno, y no es plan.

Lo que terminó de confirmarme en esto es la noticia de que la Congregación para el Culto del Vaticano, la que preside el cardenal Sarah, entre otras disposiciones para este tiempo, sugiere a los obispos diocesanos la posibilidad de que se realicen las procesiones de semana santa en septiembre. Me llevé las manos a la cabeza. Es la confirmación de cuantas prácticas religiosas han perdido su carácter sacramental y simbólico. Han perdido la conexión con lo que representan en el fondo. Da igual cuando y por qué se haga. Es costumbre, es creencia, ¿es fe? Cuanta necesidad tenemos de purificar todo esto. Cuanta falta hubiera hecho que la Congregación se dedicara a acompañar en la oración este tiempo, a descubrir y proponer una lectura orante, creyente, de la realidad actual, a ayudarnos a descubrir eso de adorar "en espíritu y verdad", y a crecer en medio de la adversidad hacia una fe más celebrada y enraizada en el encuentro vital con el Resucitado. 

La saturación me ha hecho desear y necesitar el aislamiento, el silencio, la calma, la interiorización, así que hoy procuraré que sea un día de ese tipo. De soledad y silencio, que cantaba Hilario Camacho y así no olvidar a quienes más van a sufrir las consecuencias de esta crisis. Lo empiezan a manifestar las noticias. Nos llama a ello la lectura del Oficio de hoy en palabras de san Gregorio Nacianceno que nos invita a servir a Cristo en los pobres:

(Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 38.40: PG 35,907.910)
Dichosos los misericordiosos -dice la Escritura-, porque ellos alcanzarán misericordia. No es por cierto la misericordia una de las últimas bienaventuranzas. Dichoso el que cuida del pobre y desvalido. Y de nuevo: Dichoso el que se apiada y presta. Y en otro lugar: El justo a diario se compadece y da prestado. Tratemos de alcanzar la bendición, de merecer que nos llamen dichosos: seamos benignos.
Que ni siquiera la noche interrumpa tus quehaceres de misericordia. No digas: vuelve, que mañana te ayudaré. Que nada se interponga entre tu propósito y su realización. Porque las obras de caridad son las únicas que no admiten demora.
Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, y no dejes de hacerlo con jovialidad y presteza. Quien reparte limosna -dice el Apóstol- que lo haga con agrado : pues todo lo que sea prontitud hace que se te doble la gracia del beneficio que has hecho. Porque lo que se lleva a cabo con una disposición de ánimo triste y forzada no merece gratitud ni tiene nobleza. De manera que cuando hacemos el bien, hemos de hacerlo, no tristes, sino con alegría. Si dejas libres a los oprimidos y rompes todos los cepos, dice la Escritura; o sea, si procuras alejar de tu prójimo sus sufrimientos, sus pruebas, la incertidumbre de su futuro, toda murmuración contra él, ¿qué piensas que va a ocurrir? Algo grande y admirable. Un espléndido premio. Escucha: Entonces romperá tu luz como la aurora, te abrirá camino la justicia. ¿Y quién no anhela la luz y la justicia?
Por lo cual, si pensáis escucharme, siervos de Cristo, hermanos y coherederos, visitemos a Cristo mientras nos sea posible, curémosle, no dejemos de alimentarle o de vestirle; acojamos y honremos a Cristo, no en la mesa, solamente, como algunos; no con ungüentos, como María, ni con el sepulcro, como José de Arimatea; ni con lo necesario para la sepultura, como aquel mediocre amigo, Nicodemo; ni, en fin, con oro, incienso y mirra, como los Magos antes que todos los mencionados; sino que, puesto que el Señor de todas las cosas lo que quiere es misericordia y no sacrificio, y la compasión supera en valor a todos los rebaños imaginables, presentémosle ésta mediante la solicitud para con los pobres y humillados, de modo que, cuando nos vayamos de aquí, nos reciban en los eternos tabernáculos, en el mismo Cristo nuestro Señor, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

También estoy descubriendo nuevas tecnologías. No imaginaba que había tanto, para comunicarse, para mantener reuniones virtuales, compartir y trabajar documentación... Alguna cosa utilizaba y conocía, pero voy descubriendo otras nuevas. Son necesarias para seguir manteniendo el ritmo de ciertas actividades, y además suponen un aprendizaje que nunca viene mal y, en estos tiempos, una posibilidad insospechada de cercanía y encuentros vitales. 

Hoy es un día de suerte: he tenido que salir a por el pan. Tan deseoso de pisar la calle que al llegar a la panadería me doy cuenta de que me he olvidado el dinero en casa (la falta de costumbre) y he tenido que volver a casa y regresar a la panadería. ¡Doble paseo! Un regalo, vamos. Ya he aprovechado para asomarme a la farmacia, a saludar a Ana y Susana, para ver cómo estaban, y darles las gracias por estar ahí.

Y hoy ya primavera. Una primavera deslucida en el debut. Cielos plomizos, nublados, una lluvia mansa, y sin embargo musical. No puede ser de otra manera. 

Yo me quedo hoy con esta:



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