CRÓNICA DE CATACUMBA (8)

Ayer logré cumplir los objetivos de mi lista. Especialmente el distanciarme de las redes y las noticias continuas. Fue un día de mayor silencio que otros, de un silencio reconstituyente. La música ocupó gran parte de la jornada.

Normalmente programo las entradas musicales del blog con tiempo, unos dos o tres meses, para no dejar ningún día sin copla. Hombre prevenido... Hoy, casualmente, o por mano del Espíritu, que quizá es más acertado, sale esta canción: Te extraño. De Marta Gómez.

Mucho que ver con lo que estamos viviendo, con la distancia, el confinamiento, y el extrañar besos, abrazos, miradas, sonrisas, complicidades, en carne y hueso... Quizá este encierro forzado nos trae algo bueno. La capacidad de darnos cuenta de nuestras cegueras y la necesidad que tenemos de ver de otra manera la vida, las relaciones, las situaciones, los problemas... para que viendo de otro modo, vivamos de otro modo. De eso va el evangelio de hoy (Jn 9, 1-38): del trabajo que ha de tomarse el Señor para liberarnos de nuestras cegueras, y para ayudarnos a ver como él ve. No buscando culpabilizaciones, sino fijándonos en lo pequeño, que es el medio por el que Dios va actuando en nuestra historia y en transitar así, a tientas, en medio de la oscuridad, avanzando con pequeños y temeroso pasos esperanzados de humanidad. (1Sam 16, 1-13) Nos fijamos muchas veces en las apariencias, y se trata de mirar, como el Señor, desde el corazón.

Es un día para seguir sintiendo que el Señor nos cuida, que es nuestro pastor (Salmo 22).

Una de esas cegueras es la que nos impide escuchar el gemido de la humanidad entera (Rom 8, 22) El silencio de las calles nos devuelve ese lamento. Podemos aprovechar y escuchar... y aprender. O, como nos pide este tiempo de cuaresma, convertirnos.

Los patos han tomado el estanque de la plaza. No sé de donde vienen, quizá de alguno de los parques cercanos. Han ampliado territorio; lo han recuperado. Sin querer se lo hemos devuelto. Como a los pavos reales que se paseaban ayer por otra calle vacía de Madrid, o a los corzos que tomaban posesión de un pueblo vacío de la sierra...

Estamos dejando respirar nuestro mundo. El aire que entra por la ventana y respiramos es más limpio que nunca.

La eucaristía de hoy, en la cripta, pese a que solo estábamos tres de los curas, es un momento de consuelo y esperanza. En la penumbra simbólica de la luz imprescindible, hemos tenido presente a los compañeros ausentes que, por prevención, se han quedado sin salir porque han empezado con toses y alguna molestia. Hemos tenido presente a Inés y Amparo. Esta cuida de aquella, su vecina, discapacitada intelectual que además ha dado positivo en coronavirus. Nos hemos acordado por sus nombres de tantas personas que conocemos que cuidan a quienes necesitan ser cuidados en estos momentos.

Hemos tenido presentes a las seis personas que esta noche han dormido al raso, bajo los soportales del bloque cercano, y para los que ayer no encontramos alojamiento, tras varias gestiones y llamar al Samur Social, porque todos los alojamientos para las personas sin hogar están completos y los recursos saturados. 

Si Dios quiere, volveremos a celebrar la Eucaristía el miércoles, fiesta de la Encarnación. Hoy toca terminar de preparar el retiro que mañana tenemos los miembros del equipo.

Y toca encomendarse al santo patrón de los cocineros, san Pascual Bailón, con la oración apropiada: 
“San Pascual, San Pascualillo, tu te encargas del caldillo, mientras yo … me tomo un vinillo”.
 “San Pascual Bailón, báilame en este fogón, tú me das el sazón, y yo te dedico un danzón”.

Como soy de poco baile, creo que optaré por la primera.
Es que se me ha ocurrido hacer albóndigas, por primera vez.

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