CRÓNICA DE CATACUMBA (27)

Ayer, día sacerdotal, comenzamos la mañana orando juntos todo el equipo, por videoconferencia. A lo largo del día hubo llamadas -esperadas- de quienes me felicitaban por mi sacerdocio. Especial fue la de mis hermanas pobres de santa Clara de Carmona. Siempre entrañables. Ahora han cambiado el trabajo de los dulces por coser mascarillas, y me contaban cómo a Josefina, de 87 años, ese trabajo le ha devuelto la vida y la agilidad costurera a sus manos, que han recordado el virtuosismo de sus dedos. Y es que, en el fondo, servir, amar, nos da la vida. Eso celebrábamos ayer.

Por la tarde la celebración de la Eucaristía en catacumba tuvo un sabor diferente. Los cuatro sacerdotes renovamos nuestras promesas sacerdotales en torno al altar, en la soledad de nuestra única compañía, pero con la notoria presencia en espíritu y verdad de la comunidad entera.
Es de agradecer la sencilla homilía del papa Francisco en la celebración de la misa. 

Hoy es viernes santo. Día de silencio y contemplación de Cristo en la Cruz. Día de acompañar su camino hasta la cruz, y de contemplación y acompañamiento de tantos crucificados de nuestro mundo. Ante el dolor y el sufrimiento humanos, ante la injusticia no tenemos muchas veces palabras ni soluciones; solo dolor, e impotencia compartida. Por ahí empezamos a cambiar, nosotros y el mundo: por sentir y dolernos del sufrimiento ajeno, del sufrimiento injusto, de la deshumanización que lo provoca. Desde ahí se ve la realidad, la verdad de la existencia, la humanidad doliente, sin artificios.
Desde ahí podemos sentir la presencia callada de Dios que sufre con nosotros.

Hoy -leo a alguien en las redes- es el día de la mujer. Cuando todos los discípulos abandonan, se desperdigan, muertos de miedo, ellas permanecen, esperan, y mientras esperan acompañan en silencio y llanto, pero acompañan con ternura el camino de dolor y sufrimiento que conduce a Jesús, víctima de la injusticia, hasta la Cruz.

Hoy no es día de soflamas, reivindicaciones, soluciones, propuestas. Hoy se trata de acompañar el dolor de los crucificados con nuestra vida, desde nuestra impotencia. Se trata de hacer nuestro su dolor. De hacer nuestra su causa. Como hace Cristo con nosotros.

Me mandan este poema, que sirve para orar hoy:

¡De qué quiere Usted la imagen? Preguntó el imaginero: 
Tenemos santos de pino,
hay imágenes de yeso,
mire este Cristo yacente,
madera de puro cedro,
depende de quién la encarga,
una familia o un templo,
o si el único objetivo
es ponerla en un museo.

Déjeme, pues, que le explique,
lo que de verdad deseo.

Yo necesito una imagen
de Jesús El Galileo,
que refleje su fracaso
intentando un mundo nuevo,
que conmueva las conciencias
y cambie los pensamientos,
yo no la quiero encerrada
en iglesias y conventos.

Ni en casa de una familia
para presidir sus rezos,
no es para llevarla en andas
cargada por costaleros,
yo quiero una imagen viva
de un Jesús Hombre sufriendo,
que ilumine a quien la mire
el corazón y el cerebro.

Que den ganas de bajarlo
de su cruz y del tormento,
y quien contemple esa imagen
no quede mirando un muerto,
ni que con ojos de artista
sólo contemple un objeto,
ante el que exclame admirado
¡Qué torturado mas bello!.

Perdóneme si le digo,
responde el imaginero,
que aquí no hallará  seguro
la imagen del Nazareno.

Vaya a buscarla en las calles
entre las gentes sin techo,
en hospicios y hospitales
donde haya gente muriendo
en los centros de acogida
en que abandonan a viejos,
en el pueblo marginado,
entre los niños hambrientos,
en mujeres maltratadas,
en personas sin empleo.

Pero la imagen de Cristo
no la busque en los museos,
no la busque en las estatuas,
en los altares y templos.

Ni siga en las procesiones
los pasos del Nazareno,
no la busque de madera,
de bronce de piedra o yeso,
¡mejor busque entre los pobres
su imagen de carne y hueso!


Comentarios

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama