CRÓNICA DE CATACUMBA (29)

¡¡Aleluya!! ¡¡Aleluya!! ¡Cristo ha resucitado!

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Qué extraña resuena esta aclamación este año, en la soledad de nuestras casas, en los templos vacíos, en los abrazos ausentes, en el silencio imponente de esta mañana, en las calles desiertas... Qué difícil intuir la novedad de este amanecer, lo distinto que es del día de ayer... y, sin embargo, todo es novedad, todo es vida, todo es Esperanza, aun en medio del dolor y la muerte. La muerte, una vez más, no tiene la última palabra, como no la tienen la deshumanización, la precariedad, la injusticia, la mentira...

La palabra definitiva es la de la vida, la del amor, la de la humanidad solidaria y fraterna que ese amor nos empuja a vivir. La palabra definitiva es la que se ha ido gestando, entre llantos, estos días; la que se hace grito frente a tanto silencio: ¡Ha resucitado! ¡El amor es más fuerte que la muerte! Entonces, ahora, y siempre.

El amor, que siempre madruga, lleva a María Magdalena a correr al sepulcro para encontrarse con quien amaba, antes del amanecer, antes de la luz, para descubrir que el amor no lleva a la muerte sino a la vida, para descubrir que el amor, nos devuelve a lo cotidiano transfigurados, esperanzados, dispuestos al encuentro con el Resucitado en nuestra Galilea cotidiana. Solo el amor es capaz de hacernos madrugar para ir al sepulcro; solo el amor es capaz de hacernos ir más allá del sepulcro y dejarlo atrás, esperanzados. Solo el amor nos ayuda a reconocer vivo al resucitado en lo cotidiano.

Solo el amor.

¡Qué extraña esta Pascua de Resurrección, pero qué densa! La densidad inigualable de la vigilia celebrada entre los cuatro curas, tan humilde, tan llena, tan encerrada, y tan abierta a la Vida. 
¡Qué fuerza esta noche la de la luz del cirio pascual! brillando como nunca en medio de la oscuridad de un templo vacío!

Hoy no os daré la turra con las tareas de ayer: con las lavadoras que los varones de mi bloque ponemos y tendemos como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, ni con el denso silencio de ayer, que hasta en las redes se notó durante todo el día, ni con otras reflexiones sobre acontecimientos diversos.

Hoy solo os deseo que, enjugadas las lágrimas, podamos percibir la Luz, sentir su calor, llenarnos de la Vida, y estar dispuestos a seguir apostando por la Vida siempre y en toda circunstancia, en esta Galilea nuestra, con la certeza de que la Vida es más fuerte que cualquier muerte. Y convencidos de ello salgamos al encuentro de todos los hombres y mujeres.

La homilía del papa Francisco en la Vigilia pascual nos invitaba a ello: en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Durante el sábado realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón.

En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios.

Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

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