CRÓNICA DE CATACUMBA (35)

Sábado, sabadete... Limpieza del baño y carrete. Sí, lo confieso, he roto el confinamiento algo más de lo debido. He tenido que salir al cajero y a por el pan. Deseaba salir, necesitaba salir. Ayer me lo pedía insistentemente el cuerpo, y la cabeza. Lo tenía planeado minuciosamente. No iría  a la panadería de enfrente de casa, sino a otra que está un poco más allá del cajero, frente a la parroquia. Me he despertado antes de que sonara la alarma del móvil. He desayunado, me he duchado y he rezado como cada día, intentando disimular, con una aparente normalidad, como si fuese un día cualquiera. Después me he enfundado sigilosamente unos guantes de látex pasados de fecha que nunca soñaron con servir para otros fines distintos a la limpieza, he cogido las llaves y el tabaco, y he salido a la calle con esa conciencia transgresora y a la vez feliz, procurando que no se notara mucho.

De los distintos caminos hasta el cajero he optado por el largo, que además es el más solitario a estas horas de la mañana o, al menos, eso pensaba yo. No es que hubiera multitud, pero me he cruzado de lejos con unas diez personas. Unas con perro, otras con carro de la compra, otras solas como yo. 

Los pájaros han ido ampliando territorio y la algarabía de cantos era el único sonido audible. Además van perdiendo miedo vergüenza y respeto; no se apartan a mi paso, las palomas hacen vuelos rasante sobre mi flequillo, y bandadas de gorriones practican los descensos en picado a mi alrededor. Siento que soy yo el que está fuera de lugar esta mañana.

Camino a paso ligero, como si quisiera recuperar el tiempo perdido y ayudar a que las piernas recuerden su quehacer. Al llegar a la panadería veo las ventanas abiertas de las casas de Juan y Vicente. Supongo que aprovechan para ventilar mientras estarán haciendo su caminata a paso ligero por las naves del templo vacío.

Regreso a casa improvisando otra ruta -¡para qué habré planificado!- que me regala unos cien pasos más. Los guantes van a la basura y el pan a su lugar en la cocina. me lavo las manos con la solución desinfectante.Todo en orden. No he dejado huellas. Perfecto. Podría llegar a gustarme. Y a lo mejor hasta llegaría a especializarme en esto.

En todo el trayecto de ida y vuelta se siente la ciudad vacía, la incertidumbre y la inseguridad que envuelve a quienes como nosotros necesitamos certidumbres, seguridades, evidencias. No las hay. Si acaso la certeza del amor de Dios que se fía de nosotros y resalta más en nuestra debilidad, como en el texto del evangelio de hoy (Marcos 16, 9-15). Seguro que este sábado el Señor sigue saliendo a nuestro encuentro. A mí, de momento, me ha sacado a la luz, al aire, al sol.










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