CRÓNICA DE CATACUMBA (36)

Mañana soleada de Pascua. Hoy la celebración de la Eucaristía y el encuentro posterior en el bar virtual romperán el ritmo cotidiano.

El Evangelio de Juan (20, 19-31) nos muestra qué distinto es lo que podemos ver cuando andamos solos, por nuestra cuenta, o cuando estamos en comunidad. Incluso qué distinto es lo que percibimos aun compartido con otros, cuando no está Jesús en medio de nosotros, de cuando es Jesús el verdadero centro de nuestra vida y misión. 

La comunidad en la que falta Jesús es una comunidad encerrada, miedosa, que vive en la noche. Una comunidad sobrecogida y paralizada. Sin perspectiva, sin capacidad de leer los acontecimientos vividos, ni posibilidad de afrontar esperanzada el inmediato presente, el mañana cercano. Es una comunidad que ha perdido la esperanza, la ilusión, la creatividad, su misión… Una comunidad incapaz de novedad. Quizá algunos días de este extraño confinamiento los hemos experimentado así.

Pero Jesús se presenta vivo entre nosotros, toma la iniciativa, se pone en el centro de nuestros miedos. Trae su Paz. Y la comunidad, cuando es capaz de recentrarse en Jesús Resucitado recobra la paz, supera los miedos, cree, se llena de alegría, es capaz de acoger el Espíritu, y reencuentra su misión. Y, es capaz entonces de percibir los signos, incluso los más débiles signos, de la presencia del Resucitado. Incluso es capaz de reconocer en el Resucitado al Crucificado. 

Qué manera tan distinta de vivir esta situación por la que pasamos este tiempo, si lo hacemos cada uno por nuestra cuenta, o como un grupo humano, sin más, conectado en la distancia, desde nuestros miedos e ilusiones, que si lo hacemos centrados en Cristo. Qué manera tan distinta de poder leer los acontecimientos si hemos recorrido el camino de la Cruz con él, o si hemos estado a otra cosa. Qué manera tan distinta si es el Amor de Dios el que nos va sosteniendo en estos días, aunque no experimentemos, como nos gustaría, la claridad de su abrazo. Qué distinto, si, a pesar de todo, seguimos esperando, confiando, amando, sirviendo. Qué distinto, si fijos los ojos en Jesús, seguimos sus pasos en comunidad. 

Descubriremos que, cuando menos lo esperamos, aparece la frescura de la vida, que el tiempo ha ido entretejiendo en nosotros nuestra entraña misericordiosa y fraterna, que podemos ponernos de rodillas a los pies de nuestras hermanas y hermanos para tocar sus llagas, para curarlas con nuestra fraterna escucha y la servicial entrega de nuestra vida; descubriremos que la herida cicatriza. Descubriremos que hay mañana, vida, esperanza, porque el Señor camina con nosotros. Y creeremos, y veremos al Señor. Y descubriremos que el Señor sigue haciéndose visible, vivo, cercano, en cada hombre y mujer a los que acompañamos, amamos y servimos, en las situaciones que van viviendo. Descubriremos el encuentro con Cristo en los pobres, a los que esta situación nos ha puesto aún más cara a cara. 

El futuro se nos presenta difícil, más excluyente –ya lo es- portador de más pobreza, cargado de dignidad herida por las consecuencias que para el trabajo humano tiene lo que estamos viviendo. Quizá mucho de lo que sabíamos hacer hasta ahora, ya no valga, o al menos no de la manera que valía hasta ahora. Pero en ese futuro –quizá ya presente- es donde está la Galilea cotidiana a la que el Señor nos pide ir, en la que nos pide estar, en la que nos promete salir a nuestro encuentro. 

Por eso, esta situación no es razón para encerrarnos, sino empuje para arraigar nuestra existencia, aún más, en las claves del proyecto del Reino, urgiendo la solidaridad y la comunión en nuestro mundo. Si ponemos a Jesús en el centro de nuestra vida personal y comunitaria, entonces tendremos vida, y sabremos comunicarla. 

Este tiempo de pascua es tiempo de encuentro con el Resucitado, es tiempo para recentrar mi vida personal en él, y para animar que la comunidad a la que pertenezco se recentre también en Cristo, en su Quehacer Apostólico. ¿Qué me tengo que plantear a la luz de este evangelio en mi proyecto de vida? ¿Qué puedo aportar a mi equipo, para que nuestra vida y tarea se arraigue comunitariamente en el encuentro con Cristo?



Hoy podríamos, al menos, hacernos estas preguntas.

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