CRÓNICA DE CATACUMBA (40)

Hoy estoy gris, como el día, y frío como la mañana. Debe ser la crisis de los cuarenta. De los cuarenta días de confinamiento que llevamos.

La Palabra de Dios, el evangelio de hoy (Jn 3, 31-36), sigue haciendo resonar la necesidad de verdad -palabra y gesto veraz, con la ayuda del Espíritu que quiere dársenos sin medida, dice Pepa Torres-, de la autenticidad de nuestra vida. Siempre es necesaria pero más en estos días en que lo que encontramos es tanta falta de autenticidad y veracidad en gestos y palabras.

Nosotros, que queremos vivir una vida en obediencia a Dios antes que a los hombres (Hechos 5, 27-33) hemos de ser con nuestra vida testigos de esto. Y hemos de ser conscientes de que eso supone persecución, como la que se encontraron Pedro y los apóstoles: esta respuesta los exasperó y decidieron acabar con ellos. Quizá no la persecución que anuncian y desean cada día algunos profetas de calamidades, con alzacuellos o sin él, que estarían dispuestos a contratarse por el pan, para avivar las llamas del infierno. Quizá no la persecución de quienes tropezando como ciegos con sus propias ideas, se niegan a reconocer el mínimo resplandor de la más débil luz que pueda brillar en la oscuridad. La persecución de hoy puede ser otra. Reconocerla también es una virtud.

Y, quizá lo que más cuesta experimentar, pero precisamente sea lo que más necesitamos sentir, es la cercanía del Señor en esa tribulación (Salmo 33). Es lo que tenemos que pedir, porque es lo que nos permitirá bendecirlo en todo momento y descubrir su bondad, y la dicha de acogernos a él; es decir: de vivir su sueño para nosotros, pese a todo.

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