CRÓNICA DE CATACUMBA (46)

En este país con 47 millones de expertos en todo, y otros tantos millones de cuñados, resulta difícil hacerse una idea de lo que sucede y conviene en cada momento. Cuando andábamos por esas calles sin problemas teníamos la ventaja de la desconexión y el filtro que permitían el discernimiento, que en esta situación confinada resulta complicado. Es verdad que vamos andando a ciegas, a tientas, mejor dicho, y por eso quizá la manera de evitar tropezar con todo sea no escuchar a nadie; por los menos a nadie de estos sabios y entendidos que crecen como setas. Porque, normalmente, esas sabidurías, tienen poco de sabiduría.

Esas sabidurías carecen de los mimbres necesarios para entender más allá de sus propias y replicantes palabras y al final les resulta vedado lo más sencillo, que es lo más humano.

La sabiduría que nos propone el evangelio hoy (Mt 11, 25-30), es bien distinta. De entrada es la sabiduría que nace de la experiencia agradecida del amor de Dios en nuestra vida. Nótese que, para empezar, esto les falta a los "sabios y entendidos". En su "sabiduría" son incapaces de agradecer lo gratuito, incapaces de generar una actitud de gratuidad y agradecimiento que les lleve a servir amorosamente. Porque su sabiduría no es sino la expresión autoproclamada de su amor propio. También nos puede pasar a nosotros si no somos conscientes de esa experiencia del amor de Dios siempre y en toda circunstancia, si no nos abrimos al desarme de dejarnos amar por Dios incondicionalmente.

La gratitud, la conciencia del amor, hace descubrir a un Dios todo bondadoso, todomisericordioso, dispuesto a abajarse, dispuesto a arriesgar por amor, y dispuesto por tanto a aceptar el fracaso de la acogida de su amor. Pero, por eso mismo, dispuesto a volver, a intentarlo de nuevo, a esperarnos con paciencia, a darnos otra oportunidad, a cargar con nuestros cansancios y debilidades, para que queramos cargar con su yugo: el del servicio por amor, el de la entrega de la vida para que otros puedan vivir.

Los sencillos de los que habla el evangelio son estos: los que están dispuestos a fracasar, por amor; a intentarlo de nuevo, por amor; a seguir buscando juntos, por amor; a confiar en las posibilidades, por amor. Y a poner todo ese cansancio y agobio en Dios, para que podamos encontrar la fuerza de recomenzar cada mañana, fiados en la fidelidad de su amor.

Parece que vamos a ir dando pasos a la salida de la catacumba. Podemos vivir ese síndrome del miedo a salir que nos haga sentir desconcertados y perdidos. Algún otro día me parece que he expresado, -y si no, lo hago ahora- que yo no creo que de esto vayamos a salir mejores automáticamente. Ni mucho menos. Ya nos conocemos. Nos suena bien escucharlo, pero, seamos sinceros: no es verdad. Nuestra porquería saldrá con nosotros. Y si no estamos alerta, nos envolverá otra vez más. 

Pero nos pueden salvar los sencillos: quienes, a pesar de todo, siguen fiándose del proyecto de Dios. Quienes en lo cotidiano experimentan que si Dios se abaja es para ayudarnos a subir. Nos podemos ayudar a salir, reconociendo que no tenemos todas las respuestas, que el ensayo y error en nuestra vida, sobre todo ante lo desconocido, es la única manera de caminar, sabiendo que el error nos pone de nuevo ante ese aliento de Dios para volver al camino. Y, para que como Jesús, podamos encontrar esos motivos cotidianos para alabar a Dios por su amor que se manifiesta en la gente sencilla.



Comentarios

  1. Amén. La inmensa mayoría no nos hemos enterado que esta pandemia ha venido a cambiarnos y nos empeñamos en salir en tropel para reanudar los mismos caminos. Es muy posible que todo haya sido para nada, para tropezar en la misma piedra sin haber intentado abajarnos para ser elevados.
    Un abrazo, Fernando.

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