CRÓNICA DE CATACUMBA (50)

Este cuarto domingo de Pascua es el domingo del Buen Pastor (Jn 10, 1-10). Tradicionalmente la Iglesia reza este día por las vocaciones sacerdotales. La imagen del Buen Pastor se ha asociado habitualmente al sacerdote; es el icono del ministerio. Incluso el pectoral del papa Francisco tiene esa imagen del buen pastor en él.

La situación que vivimos creo que nos invita a trascender esta asociación icónica, que está bien, pero no agota el sentido de lo que debe significar ser buen pastor y, sobre todo, de quien debe sentirse concernido por esa llamada.

Porque, en la Iglesia, todos y todas estamos llamados a ser buenos pastores unos de otros; estamos llamados al cuidado mutuo que procura el caminar común y compartido; al cuidado mutuo que evita que nadie se pierda. 

Estamos invitados a la común responsabilidad del cuidado para ayudarnos a vivir nuestro ser y misión.

Invitados a alertarnos unos a otros para no perder el rumbo del encuentro con el verdadero Buen Pastor, que nos da la vida, y vida abundante.

En palabras del papa Francisco: Cristo, Buen Pastor, se ha convertido en la puerta de la salvación de la humanidad, porque ha ofrecido la vida por sus ovejas. Jesús, pastor bueno y puerta de las ovejas, es un jefe cuya autoridad se expresa en el servicio, un jefe que para mandar dona la vida y no pide a los otros que la sacrifiquen. De un jefe así podemos fiarnos.
Hoy somos invitados a no dejarnos desviar por las falsas sabidurías de este mundo, sino a seguir a Jesús, el Resucitado, como única guía segura que da sentido a nuestra vida.  

Hoy más que nunca nos rebelamos contra quienes manipulan a las personas e intentan aprovecharse de ellas. A veces, sin embargo, nos dejamos manipular inconscientemente de un modo inimaginable. Nos tragamos todo lo que nos cuentan, hemos renunciado a discernir los signos de los tiempos, a valorar los hechos. Nos dejamos arrastrar por el “relato”, por las ensoñaciones que nos venden, por lo que queremos oír aunque no tenga nada que ver con la verdad. Preferimos confundir realidad y deseo, y olvidar la verdad incontestable del dolor, de la pobreza…

Ahí, a poco que nos paremos, nos descubrimos como rebaño, como ovejas sin pastor. Como objetos de manipulación, a merced de la publicidad, del engaño, de las fake news. Nos dejamos atrapar en las redes. En ese contexto, hablar de rebaño es hablar de manipulación, dependencia y falta de libertad.

En el discurso de Jesús sobre el buen pastor no hay nada de esto. Al contrario, se insiste en la libertad: el buen pastor entra por la puerta, las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas, las conoce, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz, y ofrece vida abundante. El buen pastor, como Jesús, está al servicio de la comunidad. 

Jesús es el pastor, y es la puerta verdadera. Nos acompaña en nuestra libertad de vivir y comprometernos con la vida de los demás; establece con nosotros una relación vital y amorosa. Y ante él –la puerta- clarificamos nuestra vida, con él nos abrimos a la vida.

Toda la situación que vivimos con la crisis de la COVID 19 ha puesto ante nosotros, con mucha mayor intensidad, la necesidad de refundar este sistema, esta sociedad, esta existencia desde las claves de vida que el Resucitado nos ofrece. Ha puesto ante nosotros la necesidad de que haya buenos pastores que caminen con su pueblo, que lo conozcan y acompañen para que tengan vida abundante, para que no le sigan robando la vida y aprovechándose de él los malos pastores. Pastores capaces de acompañar desde la libertad y el amor. Quizá nunca más que ahora sentimos la orfandad de líderes capaces de estar al servicio de las personas, pese a que muchos se autoproclamen como líderes o salvadores; sigue habiendo mucho ladrón, mucho falso líder, mucha falsa alternativa. 

Quienes seguimos libremente a Jesús, quienes sabemos que él nuestro único pastor, sentimos que sostiene nuestra vida incluso en las situaciones de mayor adversidad, sentimos que nos da fuerzas, que alimenta nuestra esperanza, que nos da vida abundante y que nos llama a ser buenos pastores unos de otros.

En un discurso del pasado 5 de febrero, el papa Francisco decía: Se pueden generar y estimular dinámicas capaces de incluir, alimentar, curar y vestir a los últimos de la sociedad en vez de excluirlos. Debemos elegir qué y a quién priorizar: si propiciamos mecanismos socioeconómicos humanizantes para toda la sociedad o, por el contrario, fomentamos un sistema que termina por justificar determinadas prácticas que lo único que logran es aumentar el nivel de injusticia y de violencia social. El nivel de riqueza y de técnica acumulado por la humanidad, así como la importancia y el valor que han adquirido los derechos humanos, ya no permite excusas. Nos toca ser conscientes de que todos somos responsables. Esto no quiere decir que todos somos culpables, no; todos somos responsables para hacer algo. Somos todos responsables. Todos estamos llamados a ser pastores y a velar unos por otros.

¿Cómo puedo ser yo pastor-cuidador de quienes están en mi pequeño mundo?

Comentarios

  1. No es buen pastor el que mantiene a las ovejas recluidas en el redil, sino el que sale al campo con ellas y sale en busca de pastos allá donde sea menester, aunque para ello tenga que someterse a la trashumancia; especialmente salir del confort a las periferias.

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