CRÓNICA DE CATACUMBA (51)

La mañana amaneció clara y soleada, y de repente se ha cubierto, oscurecido, y envuelto en ese pesado hálito caluroso de pretormenta, como si quisiera recordarnos que esto todavía no ha pasado, ni mucho menos. Como si las nubes pretendieran administrar de manera contenida la posible alegría del simple hecho de amanecer.

Por el contrario, la oración final de Laudes hoy nos invita a pedir al Señor la verdadera alegría, esperando que la bondad del Señor baje hoy a nosotros para que haga prósperas las obras de nuestras manos (Salmo 89).

No pensábamos que esta situación durara tanto cuando nos vimos de golpe instalados en ella. Ahora, parece que se va despejando el horizonte, aunque con mucha incertidumbre. Queremos emprender la marcha hacia esa llamada nueva normalidad, aunque no sabemos bien por dónde discurre el camino. Y nos sigue conteniendo -como las nubes al sol- la inseguridad de no saber cuántos pasos hacia adelante podremos dar, antes de retroceder alguno. 

La verdadera alegría también hemos de aprenderla. No basta con pedirla. O, mejor dicho, pedirla consiste en pedir que seamos capaces de descubrir donde radica. Consiste en pedir que podamos experimentar la acción de Dios en nuestra vida, que con palabras del profeta Isaías (42, 15-16) nos guía por senderos que ignoramos, y ante nosotros convierte la tiniebla en luz, lo escabroso en llano.  También eso hay un camino de pasos hacia adelante y hacia atrás.

No es mal día, ahora que podemos caminar por las calles, para recorrer precisamente ese camino, para aprender esa bondad y esa alegría verdadera.

Comentarios

  1. Tras una cuarentena larguísima en días y en espera e inquietud, dos salidas vespertinas con temperaturas veraniegas que me han dejado este cansancio que arrastro. Y me pregunto, a mis años ¿cómo hacer prósperas las obras de mis manos? Y el abatimiento se agudiza.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama