CRÓNICA DE CATACUMBA (53)

La viñeta aparece hoy en El País. El Roto siempre me ha parecido un artista lúcido y, a la vez, sensato y sereno. Uno de esos profetas de hoy que señalan las cuestiones centrales que tendrían que ocuparnos, de un modo que ayuda a la comprensión de las claves necesarias. 

La traigo a cuento de lo que se está debatiendo -en unos casos con datos y fondo, y en otros a golpe de espasmo- sobre la situación que vivimos. Uno de los debates que está circulando tiene que ver con la oposición binaria entre seguridad y libertad. Otro entre economía y salud, otro entre capital y personas... Hay varios.

Hay mucho trasfondo emporcado en esos debates. Mucho argumento falaz. Y hay también, aunque hay que buscarlos, serenos diálogos de discernimiento compartido. 

Pero la situación está poniendo de manifiesto lo que con agudeza manifiesta la viñeta. Esta democracia que tenemos -mejor que otros sistemas, pero aún mejorable- es, de algún modo, asintomática. No la notamos, no porque no haya mecanismos que posibiliten el ejercicio de una democracia real, sino porque los tenemos guardados en el cajón, sin utilizarlos. Y no los utilizamos porque, en el fondo, seguramente ni los queremos ni creemos en ellos. Seguramente no creemos en esa cultura del encuentro que ha de sustentar cualquier democracia más allá de las posiciones maniqueas y de las puras estrategias de consecución del poder. 

Y, seguramente, no creemos en ellas, porque eso es algo que solo puede hacerse cuando estamos dispuestos a afrontar con veraz inteligencia nuestras propias posiciones y las de los demás, desde puntos comunes de encuentro, desde un mínimo ético necesario para poder provocar el encuentro. Dicho de otro modo: eso solo es posible cuando estamos dispuestos a empeñarnos en tender puentes, en buscar encuentros, acercamientos y consensos, motivados por algo distinto y superior a nuestra posición personal; motivados por el deseo de lograr servir a un bien común.

Desde esa intención podrían reconocer unos y otros que no todo lo que hace el gobierno está mal, o es mal intencionado, al igual que tendrían que admitir la posibilidad de que en las propuestas -cuando las hay- de la oposición, no todo tiene que ser motivado por el egoísmo inhumano, o la agenda electoral. Y, viceversa, unos podrían dejar de basar su acción en estrategias puramente electorales, que son visibles, y otros, habrían de ser capaces de abrirse a la búsqueda de caminos de -y mira que este neologismo me da dos patadas- cogobernanza. 

Hay muchos caminos de democracia que hay que explorar más allá de las instituciones formales para dar cabida a la participación subsidiaria de la sociedad (que no tiene nada que ver con lo de la colaboración público-privada con que se llena la boca alguna, haciendo un uso espurio del mecanismo jurídico) en la conformación de una sociedad implicada de verdad en la búsqueda y consecución del bien común que ponga en el centro a la persona.

La Doctrina Social de la Iglesia ha señalado desde siempre posibles caminos para esta andadura que sería bueno acoger.

El evangelio de hoy (Jn 12, 44-50) nos recuerda en boca de Jesús que la palabra definitiva de Dios sobre la historia, sobre el mundo no es la condena, sino la recuperación, la reconciliación, el encuentro... la salvación. Nos muestra que lo que nos juzga realmente son nuestras propias elecciones y decisiones en libertad. De nuevo la constante llamada al discernimiento, a ese examinarlo todo para quedarnos con lo bueno que es, en definitiva, la gloria de Dios, y como recordaba san Ireneo, no hay otra gloria de Dios que no sea la vida de cada persona.

Comentarios

  1. El problema de unos y otros es que se empeñan en buscar el desencuentro para servir a esas filas que unos y otros alimentan en lo que les diferencian; por tanto, huyen de lo que les haría encontrarse.

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