CRÓNICA DE CATACUMBA (56)

Después de la oración de la mañana, de hacer las compras, y dar el limpiado sabatino al monasterio, cuando me disponía a sentarme para repasar correos y escribir la crónica, recibo la cariñosa llamada telefónica de mi obispo, interesándose por mi salud y situación.

Es de agradecer para quienes, como yo, andamos en esta tierra de nadie del estar fuera de nuestra diócesis, y en otra a la que no acabamos de pertenecer. En algunos momentos siente uno como si no existiera, ni para unos ni para otros. En otros es justo lo contrario. Es otra vivencia del despojamiento que conlleva el seguimiento. Ese dejarse guiar por el Espíritu a donde nos lleve sin saber ni la meta, ni el tiempo, ni el trayecto. Y, sin embargo, cuando uno emprende estos caminos es, precisamente, porque he experimentado la gozosa confianza de dejarme guiar por quien sé que me ama.

Hoy ya no estamos todos en la misma situación. Esto ya va por fases. Aquí seguimos en la más dura del confinamiento y desescalada. Y seguimos animados por el mismo Jesús (Jn 14, 7-14) a renovar nuestra confianza en Él, y en el amor del Padre, a descubrir como Él que la fuente de nuestro ser y hacer está en la experiencia gozosa y cotidiana del encuentro amoroso con el Dios de la ternura que cuida nuestra vida, y nos acompaña a cada paso; que camina humanado con nosotros.

Por eso cada día, este también, es ocasión de vivir agradecido por ser agraciado. Es ocasión de vivir renovando el amor en lo concreto de la entrega y el servicio cotidiano. En ese camino vital nos seguimos encontrando con el Padre, reconociendo a Jesús, renovando nuestra fe, y dejando que el Espíritu nos ayude a reconocerlo en los hermanos y hermanos.

Hay una última recomendación confiada de Jesús: pedirlo al Padre en su nombre. Nuestra oración confiada hoy ha de ser -como decía san Ignacio- la sólita (la habitual): pedir gracia a Dios Nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.

Comentarios

  1. En igualdad de condiciones, unos se siente siempre amados y otros absolutamente abandonados. Es, sin dudas, una suerte confiar en el amor de Dios; porque "quien me ha visto a mí ha visto al Padre."

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama