CRÓNICA DE CATACUMBA (57)


Esto de la meteorología y la política se parece mucho. Dicen una cosa y luego pasa otra, o la verdad que esperabas tiene tantos matices y condicionantes que no sabes a qué carta quedarte. Echo en falta la simplicidad de la verdad. Esa que se impone por la fuerza de los hechos. Esa que nos han dicho que no existe porque cada cual tiene la suya. Pero es mentira, existe. Lo que hemos bautizado con nombres rimbombantes: hechos alternativos, relato, visiones complementarias y diversas de un mismo hecho..., no deja de ser simple y llanamente mentira.

Hoy el evangelio (Jn 14, 1-12) nos muestra a Jesús como Camino, Verdad y Vida. Algo que en este largo tiempo de confinamiento nos cuesta acertar a encontrar: nos cuesta encontrar el camino de salida de esta situación sin dejarnos muchos pelos en la gatera; hemos renunciado en muchos casos al discernimiento, a la verdad, y consumimos bulos y mentiras como nunca; hemos dejado de lado la vida –la de los pobres sobre todo- preocupados tan solo por sobrevivir. Así está en gran parte nuestro mundo conocido: sin camino, sin verdad, sin vida.
Quizá también nosotros estamos tocados por esta situación. Necesitamos pararnos para reconocer, de nuevo, la verdad de nuestra vida en camino.


Para muchas personas este tiempo tan extraño que vivimos puede hacernos sentir extraviados, o desencaminados, perdidos, sin camino. Encerrados la mayoría en casa no vamos a ninguna parte. Los días nos pesan y terminamos girando en torno a nosotros y a nuestros pequeños intereses. Un día tras otro parece que la vida es repetición. Desaparece el horizonte y la dirección de nuestra vida. Nos puede costar sentirnos sostenidos, orientados, acompañados.

Todos queremos vivir más y mejor, pero lo que eso significa para cada persona se ha puesto en cuestión con la situación que atravesamos. Nuestra pretensión creyente es tratar de vivir la vida con toda su profundidad y radicalidad. 

Ser creyente es, antes que nada, tener la suerte de habernos encontrado con Jesús en nuestra vida; ir descubriendo en nuestra experiencia personal la fuerza, la luz, la alegría, el amor, el sentido y la esperanza que recibimos de Él. Aunque en esa experiencia nos encontremos muchas veces con la respuesta de Jesús, dirigida a nosotros: ¡Tanto tiempo como llevo con vosotros! ¿Y todavía no me conocéis? Quizá vuelve hoy a resonar esta pregunta de Jesús para mí. ¿Le conozco? ¿Con ese conocimiento que da el amor? Y mi vida ¿es, por esa experiencia, una vida orientada hacia el amor, hacia la entrega a los demás? 

La mayor verdad sobre el ser humano es Jesucristo, por eso él es nuestra Vida posible, y vivir como él es el camino que hace posible esa Vida verdaderamente humana para todos. 

En palabras de san Juan Pablo II, Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino hacia la casa del Padre y es también el camino hacia cada hombre y mujer. En este camino que conduce de Cristo a cada ser humano, en toda su verdad, en su plena dimensión real, de cada ser humano sin excepción, concreto, histórico. Cada ser humano es el camino de la Iglesia, camino que conduce en cierto modo al origen de todos aquellos caminos por los que debe caminar la Iglesia. 

La Iglesia debe ser consciente también de todo lo que parece ser contrario al esfuerzo para que la vida humana sea cada vez más humana, para que todo lo que compone esta vida responda a la verdadera dignidad de cada persona 

Escucha de nuevo las palabras del evangelio que quizá te ayuden a descubrir que lo que puede faltarte es una mirada iluminada por la fe, por el amor, ese conocimiento íntimo y amoroso de Dios que te ayude a descubrir que tus caminos no son, aún sus caminos.

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