CRÓNICA DE CATACUMBA (60)

Seguimos las negociaciones dorsales a base de antiinflamatorios. Pero esto, aunque lento, avanza. Yo creo que llegaremos a un acuerdo de legislatura. Ayer tuve que renunciar en aras del buen fin de la negociación al paseo, sobre todo porque llovía a cántaros, así que redujimos la caminata al conocido y angosto horizonte del pasillo.

Los aplausos de las ocho, aunque se mantienen, han ido perdiendo intensidad y participación. Ya solo unos cuantos fieles mantenemos el ritual. Ya decía yo cuando empezaron a rajarse las costuras que eso tenía un fin anunciado: deshacer la frágil unanimidad que se había creado. 

A cambio, ha comenzado otra tradición que es la de alimentar gorriones en días lluviosos. Hay uno que, a la manera del salmo, ha encontrado una casa en el tubo de evacuación de gases de la caldera. Y se posa incansable todas las mañanas y todas las tardes para ofrecer un concierto. Tanto que hasta pensé que se había instalado en el interior de la caldera, porque el tubo le hace de altavoz. Eso por el jardín de poniente. Por el lado de oriente, la bandada de gorriones acudía ayer convocada por los aplausos, presurosa, a recoger y tragar con deleite las migas de pan que les iba desmenuzando sobre la acera. También ellos sufren el cierre de la hostelería, pues han visto reducidos los lugares donde alimentarse. Así que se han hecho habituales de mi ventana. me recuerdan a los pájaros que en la tremenda nevada que me confinó en Urkiola hace cinco años, venían todas las mañanas a la puerta de casa, a recoger las migas que dejábamos sobre la nieve.

Dos meses ya. Se dice pronto. Unos días confiando que esto terminará rápidamente. Otros sin alcanzar a ver un horizonte. La mezcolanza de sentimientos y sensaciones es muy diversa.

Hay algo que no cambia en todo este tiempo. El aguardar cada mañana la misericordia de comenzar un nuevo día sostenido por Jesús, unido a Jesús, acogiendo la Vida que me ofrece. El Evangelio de hoy (Jn 15, 1-8) nos sigue empujando por ese camino de la unión con él: del pensar como él, del trabajar con él, del vivir en él cada día, para que demos fruto. Permanecer en él es la garantía de fecundidad. Vivir su mismo estilo de vida, habitado por el Espíritu en la intimidad amorosa con el Padre, que nos poda, para que crezcamos.

Unidos a él podemos caminar en la búsqueda de la plenitud de nuestra humanidad. Con la misma confianza del gorrión que ha hecho su morada en mi cocina, o de la bandada que acude cada tarde a por su pan.

El oficio de Lectura de hoy propone la de la carta a Diogneto como texto para la oración y la meditación. Es bueno recordarla en estos tiempos, para seguir situándonos en el mundo a la manera de Jesús, recordar nuestro lugar, nuestro modo de existir, y en quién sostenernos.

Los cristianos en el mundo
De la carta a Diogneto
(Caps. 5-6: Funk 1, 397-401)
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por el lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.
Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños, y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.
Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres.
El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a lo que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido al cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar.

Comentarios

  1. La carta a Diogneto la leí bien temprano y en verdad que es de provecho. Feliz miércoles.

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