CRÓNICA DE CATACUMBA (64)

Estas crónicas van enfilando su recta final, porque se adivina el final del túnel aunque sea poco a poco. A partir de mañana hay actividades sociales y posibilidades de consumo que serán reactivadas y será posible volver a recuperar parte de lo que hemos guardado en el cajón en estos más de dos meses que llevamos confinados. La catacumba va a dejar de serlo. El encuentro será posible cara a cara -más que cheek to cheek, mask to mask- y podremos empezar a recomponer esas piezas de nuestra existencia que han perdido sus junturas, o se han abollado un poco en este tiempo.

Volveremos a vivir, supongo que con reticencias, el encuentro. El riesgo, además de la posibilidad de enfermar, que está ahí, ahora es otro: que empecemos a ver a los otros como riesgos para nuestra salud, y que el distanciamiento impuesto se transforme en un distanciamiento elegido. Eso significará que volvemos a poner nuestro propio interés por encima del de los demás, que no hemos aprendido mucho, y que no acabamos de entender la dinámica del amor en nuestra vida; un amor que está dispuesto a perder la vida para que otros puedan vivir, descubriendo que solo así podemos amar.

Y no me refiero al distanciamiento físico exigido por la prudencia y la responsabilidad, sino al que puede imponerse en nosotros de tal modo que la distancia nos impida escuchar las necesidades, las situaciones, los lamentos, las peticiones de ayuda... de los demás. me refiero al distanciamiento del corazón que puede encontrar la excusa perfecta en esas tendencias egoístas que siguen habitándonos.

Jesús se lo recuerda a los discípulos en el evangelio de hoy (Jn 14, 15-21) "Si me amáis guardareis mis mandamientos" Y el único mandamiento de Jesús, lo único que nos manda es amar a los demás como él nos ha amado. Solo desde esta clave nuestra vida tiene futuro y esperanza; solo desde esta clave nuestra vida tiene sentido. Solo viviendo este amor, podemos ser hombres y mujeres habitados por Dios, y podemos conocer a Dios.

Comentarios

  1. Y lo hemos oído cien veces cien, y nos resistimos a amar otras tantas.

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