CRÓNICA DE CATACUMBA (y 71)

Este domingo ya tiene sabor a lo habitual. La celebración de la Eucaristía esta mañana, aunque con distancias y medidas higiénicas que se van incorporando casi como ritos nuevos a la liturgia, ya ha sido comunitaria, en la parroquia. El reencuentro con la gente tiene algo de bendición.

Hasta aquí llegó el confinamiento del 20. habrá que poner un azulejo conmemorativo como se hacía en Sevilla señalando la altura alcanzada por las riadas cuando se desbordaba el río.

Hasta aquí llegó este diario de lo vivido, lo orado, lo sentido en estos días. Ha tenido bastante más acogida y más interacción fuera del blog, en otras plataformas donde lo he compartido. El blog se nota que es una herramienta con achaques, porque la interacción nunca es tan inmediata. Las redes sociales han ofrecido otras posibilidades. Con todo hay quien ha echado de menos alguna trifulca, de la que yo paso, sobre todo con quienes no conozco en persona o se esconden tras seudónimos o avatares. Muchas veces la tentación es entrar al trapo a contestar, pero que se lo paguen si quieren bronca más allá de la imprescindible.

Otras veces parece que hay quien se enfada simplemente porque no contestas a sus comentarios. Los recibes y lees, y ya está. Y es que no hay más que añadir en muchos casos. Pero parece que esgrimen un derecho a que se les conteste sí o sí. Suele ser gente que no conozco de nada, ni me conocen a mí. Y yo no creo en eso de las "amistades" virtuales, salvo en casos contados en que la desvirtualización acompaña de un modo u otro.

Mi intención estos días no era generar debates, ni siquiera diálogos, sino solamente pensar en voz alta, por si eso, además de ayudarme a mí, podía ayudar a quien lo leyera. Por la mayoría de las interacciones parece que así se ha vivido, me alegro y os lo agradezco.

Ahora vendrá una época para recolocar todo lo vivido, procesarlo, darle su lugar, y encajar las piezas en la nueva etapa, la del futuro inmediato, la de esa vuelta a la vida que hay que reconstruir. Será difícil, porque no es como si no hubiera pasado nada. Ha pasado y mucho: los fallecidos, los enfermos, la salud, el aislamiento, la angustia, las circunstancias... la fortaleza, la esperanza, la cercanía, la oración... la sanidad pública, sus hombres y mujeres, y los de tantos servicios que se han revelado esenciales... quienes han perdido su trabajo, o lo ven peligrar, o se encuentran más amenazados aún por la precariedad... los pájaros adueñados de la calle, del jardín, y de mi ventana... el silencio y el aire limpio... la política y los políticos (¡ay, Señor!)...  los aplausos de las ocho, la solidaridad, las personas, la alegría, la risa, el humor... la música cotidiana... las horribles cacerolas, la decepción y la tristeza... las videoconferencias de trabajo y videollamadas... la Iglesia, que en muy alto grado hemos sabido estar a la altura de la fe, del evangelio, y de las circunstancias aun sin estar bajo los focos mediáticos... las celebraciones de catacumba en la parroquia, la labor continuada de su gente... y todo lo que esta pandemia ha revelado con intensidad, y ha puesto de manifiesto. No, nada debería volver a ser como antes. Nada puede ser como antes. Tenemos la responsabilidad de que no lo sea.

Coincide este final con la fiesta de la Ascensión, y con el final de la semana Laudato Si que traen un mensaje de esperanza que el evangelio de hoy pone en boca del mismo Jesús (Mt 28, 16-20): yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. No estamos solos en esta tarea de avanzar en una nueva humanidad, en la nueva humanidad del Reino de Dios; en hacer de esta casa común un hogar fraterno y solidario.

Pues al final, os dejo esta despedida, dedicada especialmente a quienes hemos compartido confinamiento en Madrid, unos porque nacieron aquí, otros porque un día llegamos y vivimos aquí, y aquí nos ha pillado y aquí lo hemos sufrido de diversos modos, y porque, aquí también, lo hemos vivido en esperanza, y porque, en fin, bajarme en Atocha me pilla bien para ir a casa. ¿Dónde mejor que en casa, que en esta casa común?... donde siempre hay un sueño que despierta en Madrid.

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