Orar en el mundo obrero. Quinto domingo de Pascua

Recientemente decía el papa Francisco:

La misericordia no abandona a quien se queda atrás. Ahora, mientras pensamos en una lenta y ardua recuperación de la pandemia, se insinúa justamente este peligro: olvidar al que se quedó atrás. El riesgo es que nos golpee un virus todavía peor, el del egoísmo indiferente, que se transmite al pensar que la vida mejora si me va mejor a mí, que todo irá bien si me va bien a mí. Se parte de esa idea y se sigue hasta llegar a seleccionar a las personas, descartar a los pobres e inmolar en el altar del progreso al que se queda atrás. Pero esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad. (Homilía II Domingo de pascua, 2020)

Hoy el evangelio nos habla de Camino, verdad y vida. Algo que en este largo tiempo de confinamiento nos cuesta acertar a encontrar: nos cuesta encontrar el camino de salida de esta situación sin dejarnos muchos pelos en la gatera; hemos renunciado en muchos casos al discernimiento, a la verdad, y consumimos bulos y mentiras como nunca; hemos dejado de lado la vida –la de los pobres sobre todo- preocupados tan solo por sobrevivir. Así está en gran parte nuestro mundo conocido: sin camino, sin verdad, sin vida.
Quizá también nosotros estamos tocados por esta situación. Necesitamos pararnos para reconocer, de nuevo, la verdad de nuestra vida en camino. Necesitamos orar en el mundo obrero

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