En este tiempo hemos podido ser más conscientes de nuestros miedos; de los que nos visitan cada día y de aquellos que habíamos silenciado, pero están ahí. Conscientes de los miedos que alimentan nuestras tendencias egoístas, y terminan por encerrarnos en nosotros mismos, por recentrar mi existencia en torno a mí. Me hago consciente, una vez más de esos miedos, que me paralizan, me cierran a los otros, me deshumanizan… me hago consciente de sus raíces, La insistencia, por tres veces, de Jesús en este evangelio es precisamente: “No tengáis miedo”. Y la razón para no temer es la confianza en el Padre, la confianza que nace de la experiencia amorosa de Dios en nuestra vida, del sabernos y sentirnos amados por Dios, del dejarnos amar por él. Es este amor el que es digno de crédito y fe. Es la experiencia de este amor en nuestra vida la que nos hace osados para creer – confiar, superando el temor, y dejándonos abrazar por la ternura de Dios, y empujados por la fuerza del Espíritu ...