Cuaresma: Buen camino, en buenas manos

Te invitamos a recorrer de esta Cuaresma en las buenas manos del Dios amoroso, cuyo corazón rebosa ternura y misericordia. El Dios a cuya imagen somos convocados a la tarea cotidiana de la fraternidad.

La Cuaresma es buen camino.

El papa Francisco, en su Mensaje para esta Cuaresma, parte de esta misma imagen del camino al titularlo: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén” (Mt 20, 18).

Un camino bueno: el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las decisiones de quien desea seguir a Cristo.

Un camino para acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo…que, asumiendo plenamente nuestra humanidad, se hizo Camino.

Un camino para hacer la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido.

Jorge Drexler tiene una canción, “La trama y el desenlace”, en la que invita a “amar la trama más que el desenlace”; el camino más que la meta, podríamos decir. La cuaresma, en cambio es un camino -una trama- indisolublemente unido a su meta -a su desenlace- que es la Pascua. Silvio Rodríguez, por su parte, en la “Fábula de los tres hermanos”, recuerda que recorrer los caminos que estamos llamados a transitar implica estar atentos “a cuanto iba a pisar” con “ojos que miran más allá” para ayudar al pie, pero que “si no miran más acá, tampoco fue”, e incluso que “ojo puesto en todo, ya ni sabe lo que ve”. Necesitamos tener en el horizonte de nuestra Cuaresma la meta de la Pascua, pero sin que dejemos de saborear por ello la propia Cuaresma.

No anticipemos una Pascua a la que nos encaminamos, sin recorrer, paso a paso, cada tramo de este sendero, porque eso es lo que nos permitirá llegar al destino.

El camino tiene vida en sí; no es una etapa de espera hasta que lleguemos a la meta. El propio camino tiene sus alegrías, sus recompensas, sus sinsabores y esfuerzos, imprescindibles para llegar al final. Pero nunca llegaremos a la meta sin haber recorrido el camino previamente. Este es el camino que se nos invita a recorrer ahora: “Vamos a andar en verso y vida tintos, levantando el recinto del pan y la verdad, vamos a andar matando el egoísmo, para que por lo mismo reviva la amistad”.

Nuestro camino de Cuaresma es el camino de nuestra conversión, porque solo por él podemos llegar al pie de la Cruz y, abrazados a ella, abrirnos a la sorpresa vital de la Resurrección. Es el camino que va del “yo” al “nosotros”. Es el camino hacia la comunión y la vida. Es un camino por hacer. Un camino que solo podemos recorrer desde la experiencia transformadora que supone hacernos conscientes cada día de la abundancia del amor de Dios en nuestras vidas.

Un camino que nos lleva a atravesar los desiertos de nuestra existencia, a reconocerlos, para también descubrir los signos del Reino cercano, y el consuelo de Dios que nos acompaña cada día. Es un sendero de paso lento que nos permite comprender el misterio de aquello hacia lo que nos dirigimos, a medida que nos vamos sembrando, convencidos de que “el mañana será un mañana mejor, lleno de luz”, un mañana de fraternidad. Estamos construidos de una gran esperanza.

Un camino que hacemos en buenas manos

En las mejores manos en que podemos poner nuestra vida: las manos de Dios. Las primeras lecturas de estos cinco domingos de Cuaresma nos recuerdan con perseverancia que el camino de nuestra existencia lo recorremos de la mano de Dios, que nos busca, nos guía, nos acompaña, establece su alianza con nosotros, su pueblo. El Dios que escucha y nos ayuda, que hace de nuestro tiempo un Kairós, un tiempo favorable, un tiempo de salvación (2Cor 6, 1-2). La Cuaresma es un tiempo para creer, es decir, para recibir a Dios en nuestra vida y permitirle “poner su morada” en nosotros, dice Francisco en el Mensaje de Cuaresma

Un camino, el de Cuaresma, que hacemos de la mano de la comunidad, acompañados por nuestros equipos, por la HOAC, por nuestra comunidad parroquial, por la Iglesia, por los testigos que en estos primeros setenta y cinco años de vida encarnada han ido abriendo los caminos que ahora recorremos. Un camino que podemos recorrer en confianza y esperanza, ofreciendo nuestra vida, sabiendo así quienes somos, y en quienes estamos llamados a convertirnos en esta Cuaresma.

Un camino que iniciamos y recorremos animados por el amor para acompañar el del mundo obrero, y acompañados por él, por sus hombres y mujeres; de la mano del mundo obrero, compartiendo sus alegrías y tristezas, sus luchas y esperanzas.

La Fraternidad es la meta, y la esperanza.

El camino de Cuaresma nos encamina a la Pascua. Nuestra Pascua es Jesucristo Resucitado. Su presencia viva entre nosotros nos encamina al proyecto de la fraternidad humana. Nuestra Cuaresma nos encamina a la experiencia de la Fraternidad.

Como dice el papa Francisco en el mensaje con ocasión del Primer Día Internacional de la Fraternidad Humana, celebrado el pasado 4 de febrero, Hoy no hay tiempo para la indiferencia.

No nos podemos lavar las manos. Con la distancia, con la prescindencia, con el menosprecio. O somos hermanos —permítanme—, o se viene todo abajo. Es la frontera. La frontera sobre la cual tenemos que construir; es el desafío de nuestro siglo, es el desafío de nuestros tiempos.

Fraternidad quiere decir mano tendida, fraternidad quiere decir respeto. Fraternidad quiere decir escuchar con el corazón abierto. Fraternidad quiere decir firmeza en las propias convicciones. Porque no hay verdadera fraternidad si se negocian las propias convicciones.

Somos hermanos, nacidos de un mismo Padre. Con culturas, tradiciones diferentes, pero todos hermanos. Y respetando nuestras culturas y tradiciones diferentes, nuestras ciudadanías diferentes, hay que construir esta fraternidad. No negociándola.

Es el momento de la escucha. Es el momento de la aceptación sincera. Es el momento de la certeza que un mundo sin hermanos es un mundo de enemigos. Quiero subrayar esto.

No podemos decir: o hermanos o no hermanos. Digámoslo bien: o hermanos, o enemigos. Porque la prescindencia es una forma muy sutil de la enemistad.

No sólo hace falta una guerra para hacer enemigos. Basta con prescindir. Basta con esa técnica —se ha transformado en técnica—, esa actitud de mirar para otra parte, prescindiendo del otro, como si no existiera.

Tenemos necesidad de conversión, porque tenemos necesidad de fraternidad. El tiempo de Cuaresma, dice Francisco en el Mensaje de Cuaresma, está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos. Es esperanza en la reconciliación. Vivir una Cuaresma con esperanza significa sentir que, en Jesucristo, somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios “hace nuevas todas las cosas”.

Y la caridad, vivida tras las huellas de Cristo, mostrando atención y compasión por cada persona, es la expresión más alta de nuestra fe y nuestra esperanza.

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