Orar en el mundo obrero, 5º domingo de Cuaresma

Las lecturas de este domingo, último de Cuaresma, nos ponen ante algo por comenzar, ante algo nuevo: el comienzo de la vida eterna, de la glorificación de Jesús, del fruto esperado; ante la meta del camino recorrido durante este tiempo, que se vislumbra cercana.

El final está asociado a un comienzo. Una vida sembrada, que fructifica. Queremos ver a Jesús es la petición de los griegos a Felipe. Y la respuesta de Jesús ante esa petición es parecida a la que da a los discípulos de Juan, cuando le preguntan dónde vive. Entonces es una invitación: Venid y lo veréis. Ahora Jesús ofrece la invitación completa: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo…

También nosotros a lo largo de nuestra vida hemos hecho esa misma petición: Quisiéramos ver a Jesús. Quizá muchos hermanos y hermanas que se nos acercan o nos encontramos en el trabajo y la vida de cada día también formulan esta petición y nos la trasladan, para que, como Felipe, la hagamos llegar al Señor.

En medio de nuestra vida cotidiana, de nuestras alegrías y tristezas, de nuestras luchas y esperanzas, en las fábricas y talleres, en los despachos y en nuestras casas… quisiéramos ver a Jesús. Nos piden poder ver a Jesús en esa realidad cotidiana.

Quisiéramos verle. Y Jesús nos dirá que la manera de verle es seguirle: el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. Y nos dirá que en ese seguimiento no podemos dejar nuestra vida a un lado. A Jesús le seguimos con toda nuestra existencia, sin guardarnos nada, dispuestos a gastar la vida, a sembrarnos; dispuestos a dar fruto, aunque no lo veamos o gocemos. Convencidos de que la siembra fructifica si se hace por amor y para amar.

Quisiéramos verle. Y Jesús nos dice que no se puede engendrar vida sin dar la propia, sin gastarnos del todo para que otros puedan vivir. No hay vida posible si no nos desvivimos. No hay vida si no reproducimos en nuestra existencia la misma entrega total de Jesús.

El camino de nuestra Cuaresma nos pone, ahora, frente a frente con nuestro seguimiento. Lo hace en la hora decisiva, en la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre; lo hace en el momento en que no cabe más que la absoluta sinceridad de nuestra respuesta, la absoluta sinceridad de nuestra conversión.

Si hemos llegado hasta aquí, hasta este momento denso de la existencia de Jesús y de nuestra propia vida, solo cabe renovar nuestro deseo de seguirle, de sembrarnos, de ofrecer nuestra vida, de reconocer nuestras limitaciones, de pedir su gracia, de experimentar su amor y confiar en él.

Si hemos llegado hasta aquí es para recorrer con Jesús las etapas finales de su vida humana y culminar con él nuestra propia encarnación. En ellas le contemplaremos. En ellas le seguiremos… o volveremos a abandonarlo.

Hacemos ese recorrido con nuestra oración en el mundo obrero


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