Necesitamos otra política, y otros políticos.
Lo
sucedido ayer en la campaña electoral de Madrid me resulta inconcebible, y
constituye una línea roja absoluta, cuya transgresión marca la necesidad de
desvelar el rostro de los fascismos encubiertos que buscan imponer una sociedad
alejada de la radical dignidad de todas y cada una de la persona. Pero no es
solo este hecho en sí lo preocupante; lo realmente preocupante es su condición
de síntoma, porque, en el fondo, no es más que el síntoma de la actual vivencia
de la política en nuestro país.
De
entrada, niego todo valor a cualquier análisis cuyo argumento sea “y tú más”.
En todas las fuerzas políticas hay cuestiones criticables, pero lo que se no
puede admitir en el debate político, porque niega su misma esencia, es que,
cuando se esté centrado en una cuestión concreta, la manera de rehuir el
análisis de esta sea el trampantojo del “tú también”. Cada cosa en su momento.
Primero una y, luego, si es cuestión, la siguiente. Porque que el adversario
también pueda ser objeto de crítica no otorga sin más validez a mi posición. Esta
es la trampa. Lo que eso hace es señalar la invalidez de ambas posiciones y la
necesidad de conversión de ambas.
Conviene
recordar algunas claves que el papa Francisco señala como
necesarias para tener en cuenta, y más ante unas inmediatas elecciones.
La
incapacidad de la autocrítica y de reconocer lo que necesariamente no es válido
en la propia posición incapacita para la crítica de la posición del adversario.
Y, entonces, termina sucediendo lo que el papa Francisco ya advierte en Fratelli
Tutti:
“En
esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer
pasa a ser sinónimo de destruir, ¿Cómo es posible levantar la cabeza para
reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Un
proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena
a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta
hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso.” (FT 16)
“La
política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el
desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de
marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En
este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el
estado permanente de cuestionamiento y confrontación.” (FT 15)
Lo
sucedido lo describe muy bien el papa: La resonante difusión de hechos y
reclamos en los medios, en realidad suele cerrar las posibilidades del diálogo,
porque permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus ideas,
intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos. Prima la costumbre de
descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en
lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar
una síntesis superadora. Lo peor es que este lenguaje, habitual en el contexto
mediático de una campaña política, se ha generalizado de tal manera que todos
lo utilizan cotidianamente. El debate frecuentemente es manoseado por
determinados intereses que tienen mayor poder, procurando deshonestamente
inclinar la opinión pública a su favor. No me refiero solamente al gobierno de
turno, ya que este poder manipulador puede ser económico, político, mediático,
religioso o de cualquier género. A veces se lo justifica o excusa cuando su
dinámica responde a los propios intereses económicos o ideológicos, pero tarde
o temprano se vuelve en contra de esos mismos intereses. (FT 201)
Con
respecto a los migrantes, otro de los elementos que ha suscitado polémica estos
días por las falsas afirmaciones vertidas en campaña por la ultraderecha, señala
el papa que: Los migrantes no son considerados suficientemente dignos para
participar en la vida social como cualquier otro, y se olvida que tienen la
misma dignidad intrínseca de cualquier persona. Por lo tanto, deben ser
«protagonistas de su propio rescate». Nunca se dirá que no son humanos, pero,
en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los
considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos. Es inaceptable
que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes, haciendo
prevalecer a veces ciertas preferencias políticas por encima de hondas
convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana
más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno.
(FT 39) Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita
podrá tener futuro. (FT 141).
Hay
una proliferación de mensajes inaceptables porque se oponen radicalmente a la
dignidad humana. Pero se ha perdido -como dice el papa- el pudor. Lo que
hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el
respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aun por
algunas autoridades políticas y permanecer impune. (FT 45) Hay que decir
con fuerza que hay mensajes inaceptables.
Y
en ese punto en el que hoy nos encontramos terminan siempre perdiendo los pobres:
se torna cada vez más visible que la desidia social y política hace de
muchos lugares de nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas
e internacionales y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados
a un costado del camino. (FT 71)
Para
hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad
a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor
política puesta al servicio del verdadero bien común. (FT 154) El desprecio de
los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente
para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de
los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo
abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que
respete las diversas culturas. (FT 155)
Hoy, «tanto por parte de algunos sectores de la política como por parte de algunos medios de comunicación, se incita algunas veces a la violencia y a la venganza, pública y privada, no sólo contra quienes son responsables de haber cometido delitos, sino también contra quienes cae la sospecha, fundada o no, de no haber cumplido la ley. […] Existe la tendencia a construir deliberadamente enemigos: figuras estereotipadas, que concentran en sí mismas todas las características que la sociedad percibe o interpreta como peligrosas. Los mecanismos de formación de estas imágenes son los mismos que, en su momento, permitieron la expansión de las ideas racistas» (FT 266)
Desde
esas claves es imperioso recuperar la verdadera política: Para muchos la
política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este
hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos
políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla,
reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero ¿puede
funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la
fraternidad universal y la paz social sin una buena política? (FT 176)
Ante
tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que «la grandeza
política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes
principios y pensando en el bien común a largo plazo (FT 178)
La
buena política busca caminos de construcción de comunidades en los distintos
niveles de la vida social, en orden a reequilibrar y reorientar la globalización
para evitar sus efectos disgregantes. (FT 182)
Sólo
con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a
percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su
inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura, y por lo
tanto verdaderamente integrados en la sociedad. Esta mirada es el núcleo del
verdadero espíritu de la política (FT 187) Cuando una determinada política
siembra el odio o el miedo…en nombre del bien del propio país, es necesario
preocuparse, reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo. (FT 192)
La buena política une al amor la esperanza, la confianza en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todo. Por eso «la auténtica vida política, fundada en el derecho y en un diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales (FT 196)
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