Orar en el mundo obrero, Quinto domingo de Pascua

El Orar en el mundo obrero de este domingo, sobre el conocido texto de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8) nos sitúa ante la identidad de Jesús y en el modo en que debe ser la relación con Él para todos quienes le quieran seguir. El eje nuclear de este discurso es sencillo: permanecer fuertemente unidos a Jesús tendrá la consecuencia de que demos fruto abundante; por el contrario, no estar unidos a Jesús nos incapacita para dar buen fruto; y, el buen fruto que daremos si estamos unidos a Jesús, servirá para dar gloria a Dios Padre.

Por eso la clave radica en la respuesta que nos demos a la pregunta de cuál es mi relación con Jesús: ¿una relación en clave de rutina, de amistad, de pasión, de ideología, de amor…?

Permanecer unidos a Jesús es la condición fundamental para que la comunidad y todo discípulo den fruto y tengan vida. Debe circular por ellos la savia de Jesús, el espíritu de Jesús. Él es la vid y nosotros los sarmientos. La unión es íntima, vital, dinámica, total, permanente. Forman –vid y sarmientos- un todo. Los sarmientos no son nada si se separan de la vid. Reciben la savia de ella. Solo se entienden, tienen identidad y se definen en cuanto permanecen unidos a la vid. El verdadero dinamismo cristiano solo se muestra en la permanencia del creyente con Jesús, en la permanencia de su Palabra en el discípulo.

De esa permanencia surge el fruto, el compromiso del cristiano, que no es algo añadido, sino el dinamismo del propio ser que busca comunicarse. Todo sarmiento vivo ha de producir fruto, y si no lo hace es porque no responde a la vida que la vid le da. Si su relación vital –de la vid con el sarmiento, del creyente con Jesús- se interrumpe, la fe se seca, ya no es capaz de animar nuestra vida, se convierte en una confesión verbal, en palabrería, vacía de contenido y de vida.

Una religión sin contacto vital con el Resucitado no es la expresión de la fe cristiana en el Resucitado, en el Dios Trinidad. Sin ese encuentro con el Resucitado, cada día, nuestra fe se vuelve estéril.

Lo esencial es experimentar la sanación que Jesucristo produce en nuestra vida, recuperando nuestra humanidad. Como decía Tomás Malagón, “solamente hay una novedad en nuestra vida. Una y no más: el advertir esta Presencia. Y de tal modo es la única novedad, que llega a convertir en nuevo todo (…) Reconocer la presencia operativa y operante del Misterio del Padre en nuestra vida”.

Se trata de avivar la conciencia (adormecida en la cultura social dominante) del misterio de la vida divina que nos da la vida y nos sostiene, de la Presencia amorosa que nos constituye. Solo así podemos construir nuestra existencia en el seguimiento de Jesús, buscando sentir, pensar y actuar como Él: Sabemos que no es fácil permanecer delante del Señor dejando que su mirada recorra nuestra vida, sane nuestro corazón herido y lave nuestros pies impregnados de la mundanidad que se adhirió en el camino e impide caminar. En la oración experimentamos nuestra bendita precariedad que nos recuerda que somos discípulos necesitados del auxilio del Señor y nos libera de esa tendencia prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas (Francisco, Carta a los Sacerdotes 4-8- 2019).

Queremos ser un humilde instrumento de la Iglesia para vivir de esta manera en el mundo obrero y del trabajo, ser expresión de esa nueva manera de vivir, camino de realización de nuestra vocación al servicio del mundo obrero empobrecido. Ser instrumento, en definitiva, para la acogida de la obra de la redención que Jesucristo ha realizado y realiza hoy en nosotros y en nuestro mundo obrero y del trabajo. 

Estás llamada a vivir fundamentando tu existencia en ese permanente encuentro vital con Jesús. ¿Qué necesitas? ¿Qué te falta? ¿Qué pasos has de dar para crecer en esa intima unión con Jesucristo que sostenga toda tu existencia para que sea una vida entregada por amor? Concrétalo en tu proyecto de vida, como parte de tu oración. 

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