Orar en el mundo obrero, 6º domingo de Pascua

Mi mandamiento es que os améis como yo os he amado; que os améis unos a otros. A vosotros os llamo amigos, os he elegido y destinado para que deis fruto. Sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando… A estas palabras de Jesús hemos de volver recurrentemente, para recordarlas y vivirlas, porque no tenemos otro mandamiento. El eje de nuestra vida cristiana descansa en la vivencia del amor de Dios.

Somos los elegidos de Dios para ser sus amigos, para ser de su comunidad, para ser la comunidad de hombres y mujeres que seguimos a Jesús dispuestos a vivir su mismo amor. El amor dispuesto a dar la vida por los amigos. Ser de la comunidad de Jesús es una cuestión de amor, no de ideas, no de ritos, no de costumbres o tradiciones, sino de vida en el amor. Ser de la comunidad de Jesús es reproducir la mirada amorosa de Jesús sobre la realidad y la historia, la mirada que une caridad y justicia.

En la comunidad de Jesús, en su Iglesia, las relaciones solo pueden nacer y crecer en la dinámica del amor y del servicio, en la entrega para que todos puedan vivir la misma vida de Dios, para que todos y todas podamos experimentar su amor. En la comunidad de Jesús el proyecto de amistad con Dios se vive en la fraternidad cotidiana. Es la vivencia del amor la que puede hacer de nuestras comunidades y equipos una Iglesia en salida, abierta, acogedora, misericordiosa, cuidadora y tierna, a la que pueden acercarse quienes sufren la explotación, la injusticia, la pobreza, la soledad, la violencia… la deshumanización provocada por un sistema que mata, porque ha perdido la capacidad de amar.

El mandamiento del amor es el núcleo de la vida comunitaria y, a la vez, de nuestra misión, porque somos misión. La misión de la comunidad solo puede realizarse en la experiencia de la fraternidad que se vive en el compartir el quehacer común cuya raíz y fundamento es la experiencia del amor gratuitamente recibido y agradecidamente vivido. Donde no existe comunidad de amor no puede haber misión, y sin misión la comunidad cristiana hace infructuoso el amor y pierde, por tanto, su identidad y razón de ser.

Amar a los amigos hasta dar la vida por ellos no es trazar una frontera que excluye a quien no son “mis amigos”, sino a ensanchar las lonas de la tienda que nos acoge en este peregrinaje vital, hasta dar cabida a todos sin exclusión. Amar a los amigos es el requerimiento que Jesús nos hace para que lleguemos a ver a todas las personas, sin exclusión, como amigas, porque reconocemos en ellos la imagen viva de Dios.

Resignificar el amor en nuestro mundo solo es posible desde la experiencia de la entrega amorosa de Dios en Jesús por toda la humanidad. Si no hay amor, real, concreto, cotidiano, incondicionado y gratuito, no hay vida digna y humana posible. Si falta ese amor, la existencia se convierte en una experiencia de inhumanidad, injusticia, descarte y muerte. Se imposibilita la alegría y la plenitud.

La falta de alegría en nuestro mundo es síntoma de la falta de amor. El misterio de la verdadera alegría está por descubrir, está por acoger.

Nuestra alegría necesita de nuevo escuchar y creer las palabras de Jesús: “os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros”. Solo es feliz quien pone su vida al servicio de la felicidad común y compartida, al servicio del sueño de la fraternidad. Necesita orar en el mundo obrero


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