Orar en el mundo obrero. Trinidad

Nos han repetido tantas veces que lo de la Santísima Trinidad es un misterio (que lo es) que nos hemos habituado a vivir sin entenderlo, y así nos hemos perdido lo más nuclear de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Pero resulta que hemos sido creados a imagen de Dios, a imagen de un Dios Trinidad, un Dios Comunión, un Dios Familia. Luego lo de la Trinidad tiene más que ver con nuestra vida cristiana de lo que pensamos. Es más: sin Trinidad no hay fe ni vida cristiana.

Somos bautizados en la Trinidad: “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Nuestra vida de bautizados es una vida que ha de vivirse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El bautismo nos vincula inseparablemente a este Dios que es Amor, solo Amor, Amor comunicado. Nos recuerda que esa es nuestra imagen, a la que a través de nuestra vida nos vamos acercando para reflejar en nosotros su misma vida de comunión. El bautismo nos vincula con ese Dios, no con otro; nos vincula con el Dios de Jesús de Nazaret. Nuestra vida de bautizados es una vida de comunión, para la comunión, que se realiza en la comunión que cada gesto cotidiano de amor va entretejiendo.

La Trinidad no es solo ideal y modelo de comunión que la Iglesia debe realizar entre sus miembros, sino que es también la fuente de nuestra vida e identidad cristiana. Porque Dios en su misterio más hondo es comunión, es desde Dios Trinidad desde donde podemos comprender nuestra vida como encuentro, como envío, como promesa, presencia y esperanza, en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. 

La comunión trinitaria es el mayor alegato contra el individualismo que se puede hacer, y eso es algo que solo pueden entender los humildes, y nunca entenderán los sabios y poderosos. Esa es la forma más humana de vivir, la que tiene que implantarse en nuestra sociedad, y para eso es necesario que se viva primero en nuestras comunidades y equipos. Es, en verdad, un misterio. 

Ese es el relato que concluye el evangelio de Mateo: un encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos en el que tiene lugar el envío como continuación y participación en la vida del Resucitado, y por eso también en la relación filial con el Padre, y en la acogida del Espíritu. El fin de la misión es hacer discípulos: que otros se puedan encontrar también con el Resucitado y crean, estableciendo la misma relación con él, con el Padre y el Espíritu; que puedan entrar en la comunión amorosa de Dios mediante el bautismo y la vida.

La promesa de Jesús: “yo estoy con vosotros todos los días” es la que alienta nuestra vida y misión, la que se cumple en la presencia del Espíritu que anima la vida de la Iglesia, que sostiene la misión, y transforma nuestra vida, encaminándola a la comunión. No estamos solos en medio de la historia. Necesitamos rehacer esta experiencia continuamente: él está con nosotros. Olvidarlo es arriesgarnos a debilitar la raíz de nuestra esperanza. Él está con nosotros todos los días y por eso podemos aprender a caminar al ritmo de la vida, habitando el tiempo “que es superior al espacio”, recorriendo pacientemente nuestro camino.

La Trinidad es la mejor expresión para comprender nuestra vida cristiana, para descubrir lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Y para descubrir que ese camino de realización se recorre en equipo. La razón de ser del equipo está en construir una vida nueva que se expresa en el compromiso, en la misión evangelizadora, en la celebración de la fe y en la formación.

Qué buena ocasión para revisar mi vida comunitaria, de equipo, para agradecer la experiencia de comunión de vida que posibilita, la vida trinitaria del reino que se va moldeando en él. Qué buena ocasión para orar desde esa experiencia aquello en que puedo seguir creciendo para que el equipo viva y transparente esa vida de comunión. Retomo mi proyecto personal de vida y el proyecto de equipo. ¿Qué puedo aportar para crecer en esa vida de comunión? Me lo pregunto y respondo desde la oración.


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