Orar en el mundo obrero. Corpus.

Jesús instituye la Eucaristía en una situación de conflicto, casi a escondidas, en la última cena, antes de que lo apresen para crucificarlo. Pero esa es su manera de enfrentar los acontecimientos inminentes. No se topa con ellos por casualidad, ni los evita. Los afronta desde la coherencia e integridad de su vida, entregada para que otros puedan vivir.

Desde esa primera experiencia los cristianos no podemos celebrar la Eucaristía si no es desde la encarnación en los acontecimientos que vivimos, si no es desde las situaciones de inhumanidad que aún siguen reclamando la vida entregada que vivifica la existencia humana.

Celebrar la Eucaristía y vivir indiferentes y sordos al sufrimiento humano o, peor, contribuyendo a la injusticia con nuestro modo de vivir es insostenible, es antievangélico. Bien dice el papa Francisco que no es un premio para los buenos, sino un alimento y remedio para los débiles y, por eso mismo, en la Eucaristía solo podemos participar desde la conciencia de formar parte de un pueblo perdonado por nuestro pecado, que desea fortalecer el seguimiento del resucitado para pensar como Él, trabajar con Él y vivir en Él, teniendo sus mismos sentimientos, abajándonos hasta donde es necesaria y se hace posible la mesa fraterna del pan partido y el vino compartido.

La fiesta solo se puede celebrar en fraternidad, porque la Eucaristía es una comida fraterna. Solo se puede celebrar cuando hemos derribado los muros que nos separan, que nos hacen olvidar nuestra condición más original de ser hijos de un mismo padre y hermanos y hermanas todos.

Dice Dolores Aleixandre que lo primero para comer es tener hambre y compartir mesa. También es lo primero para la Eucaristía en la que hacemos memoria de una historia dramática que hoy sigue sucediendo en la vida de los pobres que este sistema crea. Eucaristía que no se puede celebrar sin estar dispuestos a entregar nuestra vida de la misma manera que la entrega Jesús: “Haced esto en memoria mía”.

La Eucaristía anticipa el Reino, desvela el futuro, haciéndonos volver a lo cotidiano dispuestos a ser presencia real del amor de Dios para los últimos. Y para eso hemos de “tragarnos” a Jesús, para poder comulgar de verdad con su experiencia de Dios, con su experiencia del amor de Dios, con su vida entregada por amor, con sus mismos sentimientos y su manera de ser, de pensar, de vivir, de actuar, de orar…

Esta fiesta del Corpus es la fiesta que renueva nuestra alianza vital, nuestro compromiso radical con el Señor, comulgando -tragándonos- su cuerpo y su sangre, para practicar su misma voluntad de vida y de justicia. Esta fiesta celebra la comunión, la entrega y la vida de Dios haciendo de nuestra vida una respuesta amorosa de entrega, de vida y de comunión; haciendo posible la fraternidad de todos y todas.

 No hay compromiso cristiano posible sin participación en la Eucaristía. En ella se sustenta. ¿Qué he de hacer para que mi compromiso vaya siendo realmente cristiano? Comienza por ponerte en oración en medio de la vida del mundo obrero.

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