Orar en el mundo obrero, Domingo 11 del tiempo ordinario

Nos pasa como a los discípulos, que nos cuesta entender la Palabra, y necesitamos volver al Señor, dejar que nos la explique una y otra vez.

En el imperio de la eficiencia y la eficacia, de la productividad, en que se ha convertido nuestro mundo, -en el que solo importan los resultados, aunque los costes humanos sean excesivos, y queremos frutos inmediatos, incluso en la propia misión de la Iglesia- nos resulta difícil aceptar la dinámica vital que nos propone Jesús en este evangelio. Una dinámica que es proceso porque es vida, que es paciencia, que es confianza, que es acogida gratuita, que es espera y esperanza y, sobre todo, convicción de que Dios sigue actuando por medio de su Espíritu en la historia humana. 

Y la dinámica del Evangelio no puede ser otra que esta, porque es la dinámica del amor, que todo lo espera, todo lo perdona, todo lo aguanta, en un ritmo que no se impone, sino que se propone, que espera con la paciencia del amor, y que sigue confiando en las posibilidades de cada persona, que Dios planta como semilla del Reino.

Ponernos en la clave del evangelio es experimentar que el Reino de Dios ha comenzado y está presente en nuestra historia humana, aunque aún ha de seguir creciendo. Y crece, aunque no sepamos muchas veces cómo, ni sea a causa de nuestro esfuerzo. Crece porque es la voluntad, la dinámica amorosa de Dios, que se ofrece a cada persona. Crece en la medida en que acogemos esa propuesta de vida y la hacemos vida en nosotros. En la medida en que nos fiamos de Dios.

Estamos demasiado convencidos en este mundo de que hay muchas cosas que dependen de nosotros. Nos consideramos demasiado imprescindibles, y necesitamos aprender que en la semilla del Evangelio y en la dinámica del Reino hay una fuerza vital que en nada depende de nosotros.

El Reino de Dios comenzado nos pide reconocerlo, reconocer sus signos y su presencia, acogerlo y cuidarlo. Nos pide maravillarnos ante la manera inexplicable en que crece pese a las apariencias, y agradecer su ritmo vital, valorando los pequeños logros, dispuestos a sembrar semillas pequeñas de fraternidad. El reino es algo tan humilde y modesto que, si no somos capaces de mirarlo y apreciarlo con la misma mirada gozosa de Jesús, nos puede pasar desapercibido. El reino de Dios nos pide saber vivir con gozo y paciencia, en lucha y esperanza, las situaciones vitales de esta historia humana. Solo de este modo podremos dar gracias al Padre que revela este misterio del Reino a los pequeños. Solo así podremos ser uno de los pequeños que el Reino necesita para crecer.

Mi proyecto de vida tiene que sustentarse en la acogida confiada de la dinámica vital del Reino, en la capacidad de sentirlo, descubrirlo, valorarlo y agradecerlo. Mi vida y mi compromiso han de ser semilla del Reino que se deja trabajar por la acción de Dios. Para ello hay actitudes que necesito cambiar. Desde la oración me hago consciente de ellas.


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