Orar en el mundo obrero. 15º domingo T.O.

El estilo de vida que Jesús pide a sus discípulos, a los apóstoles, cuando les envía en
misión es el de la sencillez, el de la pobreza, el del abandono de las seguridades
humanas para vivir desde la confianza absoluta en la voluntad del Padre. Es el estilo de
quien rompe sus ataduras con los criterios y poderes de este mundo para dejarse llevar
por la fuerza del Espíritu, por la corriente de ternura y misericordia que manifiesta el
inquebrantable amor de Dios por cada una de las personas.

Nuestro mundo -y nosotros, de modo especial- estamos hechos a la planificación, a la
previsión, a no dejar nada al azar, a tenerlo todo controlado, cuadrado, porque en nuestra
cultura prima la eficacia que confía en las propias fuerzas.

El proyecto de Jesús, el proyecto de fraternidad del Reino no es cuestión de eficacia y
resultados, sino de entrega confiada, de abandono al amor, de capacidad de improvisar el
amor compasivo y la ternura misericordiosa donde más necesarios son, donde la injusticia
más los reclama con urgencia.

Pobreza, Humildad, Sacrificio, que son manifestaciones del Amor, es lo que Jesús pide
vivir a sus discípulos. Les pide la capacidad de fiarse de Dios e ir siendo a su imagen y
semejanza para construir comunión, de bienes, de vida, de acción. Les pide la capacidad
de salir de las propias seguridades a las que terminamos por aferrarnos encerrándonos
frente a los demás, alzando muros.

A los doce los elige el Señor para estar con Él y para enviarlos a anunciar el Evangelio
(Mc 3, 14-15). Son dos elementos constitutivos de la misión: solo son enviados quienes
están con él. Solo estando con él podemos realizar la misión a la que se nos envía.
Hay una triple conciencia en cada uno de nosotros, en tanto discípulos por el bautismo,
que somos enviados también por el Señor a anunciar con nuestra vida la Buena Noticia:
La conciencia de que somos elegidos y enviados; la iniciativa primera, la llamada son del
Señor. No somos los propietarios del evangelio, sino sus portadores. Nuestra respuesta
requiere esa primera llamada. La conciencia de que eso conlleva salir de nosotros
mismos, dejar lugares, salir a otras periferias, andar otros caminos, a donde el Evangelio
que vivimos nos lleve. La conciencia de que este evangelio que vivimos y anunciamos es
buena noticia capaz de transformar la vida, de provocar signos del reino, de dominar las
fuerzas deshumanizadoras de nuestro mundo, y de humanizar la existencia de todos.

Una misión que solo es posible realizar desde los medios pobres del mismo Dios, con el
estilo humilde nuestro Dios, con la única estrategia -la propia de Dios encarnado- de la
entrega de la propia vida por amor, renunciando a nuestros criterios para revestirnos del
mismo Espíritu de Jesús de Nazaret. Desde Dios, como Dios, para llegar al corazón de
cada hombre y mujer y posibilitar que el Espíritu divinice su humanidad mediante la
vivencia del Mandamiento Nuevo del Amor que construye comunión y aviva la esperanza.
Nuestra misión es siempre compartida; es quehacer apostólico comunitario, para cuyo
despliegue pongo mi proyecto de vida al servicio del Reino. No están mi vida y mi misión,
cada una, por un lado. Somos, como recuerda el papa Francisco, una misión. Nuestra
vida es misión. La misión es nuestra vida.

Una misión que anuncia la buena noticia suscita esperanza, tiende puentes, construye
fraternidad y amistad social al tiempo que lucha contra toda forma de injusticia y opresión,
que derriba muros, para humanizar la existencia en el encuentro posible de cada hermano
y hermana con Jesucristo.

Mi proyecto de vida cristiana es un proyecto siempre evangelizador. ¿Cómo lo puedo vivir
al servicio del quehacer apostólico comunitario? ¿Cómo lo voy fundamentando en la

Comentarios

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama