Orar en el mundo obrero. Domingo 18º. T.O.

Ya dice el profeta Isaías (55,2): “¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?, ¿y el salario en lo que no da hartura?” Podemos pasar la vida acudiendo a reclamos que nos parece que satisfacen nuestras necesidades más vitales, incluso espirituales, sin ser capaces de reconocer que dejamos la vida en lo que no alimenta. Vivimos ese ritmo depredador de la rapidación: consumimos y nos consumimos.

Quizá por eso, Pablo (Ef. 4,17), nos urge a la conversión de dejar de andar como los gentiles, en la vaciedad de las ideas, dejar el hombre viejo y su modo de vida y revestirnos de la condición humana creada a imagen de Dios.

Hemos escuchado de nuestras abuelas aquello de “lo que se come se cría”. Y es verdad. Aquello de lo que nos alimentamos, aquello que consumimos, (ideas, maneras de vivir, criterios, deseos, razones y justificaciones…) lo que va llenando nuestra existencia termina por moldearnos. Podemos pasar la vida alimentados del consumo, del tener, del poseer, de la indiferencia narcisista que nos justifica en nuestra existencia de ojos cerrados para seguir instalados en un bienestar que nos adormece, o podemos acoger la llamada amorosa de Dios para convertir nuestra vida en una vida nueva, alimentada por el encuentro con Dios en Jesucristo, y por el encuentro vivificador con los hermanos en quienes la fraternidad se hace concreta.

¿Buscamos eso? ¿Buscamos a Jesús? ¿Por qué le buscamos? Es la primera pregunta que hemos de respondernos. Clarificar nuestras intenciones para poder mirarnos a nosotros mismos en sinceridad. ¿Buscamos a Jesús porque nos soluciona el hambre, el que sea, como nosotros deseamos? ¿O le buscamos porque descubrimos en su propuesta de vida que Él es el verdadero pan de vida?

La segunda pregunta, unida a esta, se formula también en el evangelio: ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?

Solo desde el alimento duradero del encuentro con Jesús que sostiene nuestra vida podemos respondernos a esta segunda cuestión. Basta una sola obra, nos dice Jesús: creer en él. O, lo que es lo mismo, acoger con libertad y responsabilidad el amor de Dios derramado en nuestros corazones, para transformar nuestra existencia en reflejo de la suya: pensar como Él, trabajar con Él, vivir en Él, haciendo como Él, de cumplir la voluntad del Padre nuestro alimento. Dios es nuestra vida, la que merece la pena ser vivida, gastada, entregada.

Para tener vida hemos de hacer nuestro el proyecto de Dios. Mi proyecto de Vida no puede ser más que el de una vida eucarística, ofrecida, entregada, por el camino de las Bienaventuranzas. Aprovecho este tiempo de verano, de posible descanso, para reorientarlo de cara al curso próximo, en esa dirección  orando en el mundo obrero

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