Orar en el mundo obrero, 24º domingo T.O.

 Nuestra vida no es algo inmutable, construida de una vez para siempre. Nos vamos
haciendo y deshaciendo en cada paso de nuestro caminar, día a día, en cada encuentro
humano y en cada acontecimiento vivido, en una conversión y recreación constante. Pero
esa continua mudanza vital se asienta en pilares y convicciones que se van haciendo
permanentes y esenciales, también paso a paso. Para ir asentando la vida que fluye, es
necesario que, cada cierto tiempo, nos formulemos y nos respondamos algunas
preguntas: ¿Qué estoy viviendo? ¿Cómo estoy viviendo? ¿Por qué y por quién? Porque,
aunque las preguntas sean recurrentes, las respuestas desde situaciones vitales
cambiantes no serán siempre las mismas. Serán respuestas que nos van ayudando a
crecer y avanzar en la construcción de nuestra humanidad.

Una de esas preguntas recurrentes que hemos de formularnos es ¿por qué soy
cristiano/a? ¿por qué sigo a Jesús? ¿cómo es mi seguimiento? ¿quién es Jesús para mí y
cuál es mi relación con él? ¿Cómo construyo mi humanidad en la fraternidad desde el
encuentro con Jesús? ¿Me merece la pena -y la alegría- seguir sus pasos?

“Y vosotros, ¿quién decís que soy?” En realidad, es el mismo Jesús quien nos formula esta pregunta bastantes veces a lo largo de nuestra vida. No hay respuestas eternas. Por eso hemos de volver a preguntárnoslo. Y este comienzo de curso, al revisar y actualizar nuestro proyecto de vida, hemos de hacerlo desde esa pregunta. Para que la respuesta que concretemos en él nos siga haciendo crecer en esa relación de amor con Jesucristo, con las hermanas y hermanos, con la creación que nos humaniza y humaniza nuestra existencia compartida.

La primera lectura de la liturgia de hoy (Isaías 50, 5-9) nos ayuda a ponernos en la actitud necesaria de disponibilidad y escucha, de docilidad al amor de Dios en nuestra vida para poder preguntarnos y respondernos como discípulos, y para hacerlo en la conciencia cotidiana de la presencia amorosa de Dios en nuestra vida.

Dejar que Jesús vuelva a hacernos la pregunta, acogerla con actitud de discípulo, de escucha, nos ilumina el camino a seguir, nos empodera a los pies de la Cruz tras sus huellas, porque la única manera de estar con Jesús y seguirle es cargar con la cruz; una cruz que es consecuencia del seguimiento, de la respuesta que nos damos vitalmente a la pregunta de quién es Jesús para mí. La única manera de conservar la vida es perderla.

Mi proyecto de vida está en continua dinámica de respuesta a la pregunta de Jesús, porque es sobre la que lo construyo. 

Vuelvo a afinar aquellas cosas que necesito contemplar para vivir como discípulo, como discípula. Y desde la oración en el mundo obrero concreto los pasos que puedo ir dando en esa dirección.

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