Orar en el mundo obrero 30 TO-B

Los ciegos, en tiempos de Jesús eran la estampa viva de la miseria y el abandono, de la vida sin horizonte ni esperanza. Eran, con otros muchos, los descartados del sistema. Hay cegueras cuya causa es natural, y otras buscadas y queridas. Vivir ciegos, con los ojos cerrados a los acontecimientos, a las personas y a sus sufrimientos nos insensibiliza para poder sentirnos concernidos por el dolor de las personas. Estas cegueras son peores que las naturales, porque son voluntarias, son buscadas. Hemos decidido vivir así. Si no vemos, no sentimos, y si no sentimos, parece que no existe lo que queremos ocultar. 
Nuestro mundo funciona así: nos insensibiliza, cierra nuestros ojos y nuestro corazón, nos adormece con la indiferencia, y seca nuestra humanidad. 

El ciego del evangelio puedo ser yo en ciertos momentos de mi vida. Me falta la luz, la orientación, sentado incapaz de dar un solo paso más, al borde del camino sin trayectoria en la vida, mendigo cuya vida depende absolutamente de los demás. Puedo ser yo y son -no hay más que verlas- muchas hermanas y hermanos nuestros cuya dignidad está profundamente herida por este sistema que mata. 

Pero, incluso en esa situación límite, dentro de Bartimeo hay una esperanza, una fe, capaz de hacerle reaccionar, aunque sea con un grito desesperado. Necesitamos experimentar la desesperanza, quizá, para que en nosotros surja también ese grito de fe y esperanza: Jesús, ten compasión de mí. Y necesitamos quien nos haga conscientes de la escucha de Dios: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Y habremos de ser quienes ayudemos a ponerse en pie, y a llegar al encuentro con el Señor, a tantas personas descartadas por este sistema. 

Necesitamos suscitar esta esperanza en la vida hundida de tantas hermanas y hermanos nuestros con quienes nos topamos al borde del camino. Es lo que pretende el profeta Jeremías con el pueblo de Israel en la primera lectura de hoy (Jer 31, 7-9) Necesitamos poder escuchar -y que el pueblo escuche- la misma respuesta de Jesús a nuestro grito: ¿Qué quieres que haga por ti? 

La respuesta siempre me impresiona: “Que recobre la vista”. Que vea, que pueda volver a ver. Pedir lo que parece imposible a quien apenas conocemos, más que por lo que hemos oído a otros. Y, sin embargo, el ciego pide, grita, reclama la escucha de quien -solo él- puede devolverle la vista. 

Quizá hemos de tomar conciencia de lo que realmente somos: mendigos ciegos en el camino gritando a Jesús que tenga compasión de nosotros y nos devuelva la vista. Quizá tenemos que tomar conciencia de que solo cuando lo seamos de verdad y la fe y la esperanza sean el sostén de nuestra vida estaremos en condiciones de dejar que el Señor nos haga recobrar la vista. Quizá necesitamos seguir dejando que Cristo resucitado actúe nuestra conversión. Y, recobrada la vista, podremos -como el ciego- seguirle por el camino. 

La mística de los discípulos de Jesús es una mística de ojos abiertos. El cultivo de nuestra espiritualidad es el mejor antídoto contra la ceguera. Frente al individualismo, al hedonismo consumista y burgués, la experiencia de Dios es una continua invitación a ponernos comunitaria y solidariamente a los pies de todos los crucificados, al lado de todos los ciegos, y mantener fijos los ojos en nuestro Señor. 

Hemos de beber en la experiencia de un Dios que invita a bucear las entrañas de lo real. Hemos de vivir la mística en el trabajo, en sus gozos y frustraciones, no fuera ni después de él. Se trata de una espiritualidad encarnada que ora desde las víctimas – a quienes vemos, oímos, conocemos, con las que caminamos-, en solidaridad con ellas y que ofrece al Cristo obrero sus anhelos y expectativas. Una mística que se traduce en la vivencia comunitaria de la fe, integrando fe y vida, contemplación y militancia, radicalidad y ternura, pasión por la justicia y cultivo del cuidado. 

Mi proyecto de vida parte de mi propia conversión, de la conciencia de mi ceguera que necesita ser sanada, y de la fe en que solo Jesucristo puede sanarla, para poder seguirle en su comunidad. ¿Cómo crecer en esta mística que necesito vivir? Desde la oración en el mundo obrero me respondo.

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