El don del tiempo

 A medida que avanza el invierno para doblar la esquina que lo adentra en la primavera, aún somnolienta, los días se hacen algo más largos. La luz del sol dura más, o simplemente la luz, porque los días nublados y lluviosos como el de hoy, no permiten siquiera intuir su presencia. Cuando llegue a final de mes el cambio de hora se notará aún más. 

Ese estirar el día permite sentir que aún tiene uno por delante horas posibles para vivir, y que no necesariamente han de ser horas de trabajo, de negocio, sino de ocio. Es curioso cómo nuestra cultura ha terminado por traducir en positivo un concepto negativo. El ocio era lo primigenio, lo positivo, lo bueno, lo que se definía por sí mismo, la gratuidad de aquello que se hacía sin esperar que reportara beneficio económico, básicamente. Lo que estaba destinado al ser, y no al hacer. Y el negocio (nego otium) justo lo contrario. Era la negación del ocio, de lo gratuito, de aquello que tenía valor pero no precio. Aquello que era imposible someter a las leyes del mercado, donde todo se compra o se vende, donde se confunden valor y precio, donde lo necio se establece. El negocio era la colonización del ocio por una potencia extraña a nuestro ser. 

Cuentan las crónicas que en la Edad media llegó a haber más de ciento cincuenta días feriados al año, días en que no se trabajaba. Días dedicados a la contemplación, a lo que nos religaba al Absoluto y entre nosotros, a lo que nos religaba en su esencia a la creación que cuidábamos como administradores. Sin desear volver a retrotopías perdidas, sería bueno recuperar la gratuidad del ocio.

Viene a cuento, todo esto, a que he llegado a casa a una hora luminosa aún, aunque no temprana, y he logrado vencer la tentación del negocio, para dedicarme hasta la hora de la cena al ocio, a la lectura de la novela que tengo entre manos. Y me he sentido afortunado. He percibido el valor del don del tiempo. Aunque muchas veces, colonizada el alma, la primera tentación sea seguir "produciendo". Y entonces recuerda uno esa palabra salvadora: cada día tiene su afán, le basta a cada día su mal. (cf. Mt 6,34).

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