De submarinos y pateras


Estos días se entremezclan las noticias de las muertes -excesivas- de cientos de migrantes al hundirse la embarcación en la que navegaban por el mar Jónico, con la noticia confirmada del fallecimiento de millonarios por la implosión de un sumergible con el que iban a visitar los restos hundidos del Titanic. La muerte de cualquier ser humano es una pérdida, pero, a la vista está, que no todas las muertes son iguales.

No puede ser igual una muerte acaecida en un peligroso viaje, a merced de las mafias de tráfico de personas, originado por la necesidad de huir de guerras, pobrezas, hambrunas, empujados por la necesidad de poder vivir con dignidad, humanamente, que la que acontece en una caprichosa aventura que cumple deseos caros, que puedo permitirme. No son iguales.

No son iguales, y eso lo demuestra el tiempo que tardaron en movilizarse los diferentes operativos de rescate -más de doce horas sin atender las llamadas de auxilio de la embarcación de las personas migrantes-  en cada uno de los casos.

No son iguales, porque el despliegue ingente de medios empleados para intentar rescatar a cinco personas ricas y poderosas contrasta con la escasa intención y respuesta en el caso de los migrantes, quienes se encuentran, además, en el caso de los supervivientes, sometidos a condiciones inhumanas de privación de libertad.

No son iguales porque la cobertura mediática que los medios de intoxicación desinformativa han ofrecido a las consecuencias de la aventura de los ricos -a todas luces excesiva y desproporcionada- contrasta con el silencio casi unánime de esos medios "informativos" en el caso del hundimiento de la embarcación de los migrantes.

No son iguales porque el morbo mediático de un caso contrasta con la indiferencia casi general (nos estaremos acostumbrando) en otro.

No son iguales, porque en nuestras conversaciones ha ocupado más espacio el submarino que la patera, la aventura que la desgracia, el capricho que la necesidad.

En el fondo, no son iguales todas las muertes, porque no son iguales todas las vidas. No les damos en nuestra sociedad el mismo valor. Los pobres no importan, podemos descartarlos, podemos vivir sin ellos. Este es el mensaje que acabamos transmitiendo. Y esto es lo que nos deshumaniza profundamente como sociedad.

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