¿De quién es esta imagen?

Mateo 22, 15-21.- Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

Entonces se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron algunos discípulos suyos, con unos herodianos, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?».

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto». Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Entonces les replicó: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

¿De quién es esta imagen? ¿De quién es la imagen que hay inscrita en cada ser humano? ¿De quién la imagen que hay en cada ser vivo y en toda la creación?

La Biblia enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona humana, que « no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas. (LS 65).

El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador. (LS 83)

En la parábola los fariseos hablan de pagar. Jesús habla de devolver. Dar (devolver) a Dios lo que es de Dios supone reconocer que sólo él es el Señor y que, por ello, supone devolverle también el pueblo, la creación, su proyecto de justicia y fraternidad, la vida de los empobrecidos, plenificada en Cristo.

Cualquier pretensión de dominio sobre el pueblo, sobre cada ser humano, sobre la creación, sobre las criaturas y la casa común, queda desautorizada por Jesús. El dinero pertenece al opresor. Es necesario romper con esa opresión que viene del apego al dinero y de la explotación que genera por las actitudes que eso comporta.

El proyecto de Dios –que pone en nuestras manos y hemos de devolverle- es la vida del pueblo y las personas; es un proyecto de fraternidad y justicia, un proyecto de amor.

Y esto tiene que ver no solo con la religión, sino con la política. Porque también la sociedad se construye a imagen de Dios en la comunión. Lo que es de Dios se juega también en la economía, en la política, en la construcción de la vida social.

Aún resuena en nuestra Iglesia esa lectura acomodaticia que hemos hecho de este pasaje precisamente para lo contrario: para encerrar a Dios en un altar privado e intimista como si nada tuviera que decir a nuestro mundo. Para justificar el construir un mundo al margen del proyecto del Reino.

Todo afán privatizador de la religión –sea de izquierdas o de derechas- en el fondo busca esto: construir un mundo sin Dios que, en definitiva, es construirlo contra el ser humano. Es sustituir a Dios por otros dioses, más manejables, más a nuestro capricho, que justifiquen la deshumanización o, cuando menos, la consientan.

Para que el evangelio resuene hoy como Buena Noticia, especialmente para los más pobres, es necesario que haya comunidades creyentes de hombres y mujeres dispuestos a vivir siendo imagen de Dios, respondiendo vitalmente a la vocación de la comunión, dejando a Dios ser el verdadero Señor de nuestras vidas, en nuestras opciones y decisiones.

Tendremos que ver si no nos creemos, en muchos ámbitos de nuestra vida, pequeños diosecillos. Si hacemos de nosotros nuestra propia imagen, reflejados en un espejo, o vivimos abiertos al encuentro en pobreza y humildad que nos permita escuchar, acoger, y reconocer a Cristo en los hermanos y hermanas. Tendremos que ver con honestidad si nuestra condición vital es la de discípulos a la escucha del Señor en nuestra vida.

Tendremos que preguntarnos cómo asumimos nuestra condición de ciudadanos, de conciudadanos, en la construcción de esta sociedad.

En este mundo, donde hay de todo, se padece una miseria infinita, porque se carece de lo único necesario, que es Cristo. Con él todo se convierte en añadidura abundante; sin él todo aumento de añadiduras trae consigo un aumento de miseria, de odio, de envidia, de rencor...

Para eso tengo que concretar pasos a dar en mi vida: tanto en mi dimensión espiritual como en mi proyecto evangelizador; en lo que vivo y lo que hago.

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