Un festín de manjares suculentos

28 tiempo ordinario – A (Mateo 22,1-14)

15 de octubre


El Señor preparará un festín de manjares suculentos (Isaías 25, 6). La imagen del banquete en la Biblia está asociada desde tiempos de los profetas a la alegría de los tiempos mesiánicos, de ahí que Jesús use esa misma imagen para expresar lo que es el Reino de Dios: abundancia, fiesta, fraternidad y, sobre todo, gratuidad. Somos invitados al banquete del Reino, entonces y ahora, por la gratuidad del Señor.

Aunque, entonces y ahora, hay quienes rechazan la invitación, quienes se excusan, porque tienen otras cosas que hacer: “sus cosas”; o porque es una invitación molesta, que obliga a cambiar los propios planes e intereses, porque sacan a la luz la verdadera relación con el rey que invita al banquete. La parábola es de plena actualidad para nosotros, cristianos, si queremos plantearnos de verdad el lugar que ocupa la llamada de Dios en nuestra vida.

¿Construimos nuestra vida sobre esa llamada las veinticuatro horas del día? ¿Nuestra vida es la respuesta agradecida a la gratuidad de Dios con nosotros? ¿Para nosotros el Evangelio es Buena Noticia? ¿O es un reclamo más entre muchos, algo que ocupa solo una parte de nuestra vida?

El banquete, sin embargo, no se suspende. El ofrecimiento del Reino sigue haciéndose a pesar de nuestras negativas y excusas. La negativa de los invitados –nuestra negativa- no detiene el amor de Dios. Aunque los invitados deben ser buscados y llamados en otro lugar social: en las periferias, en los cruces de los caminos; en los lugares donde están los que no tienen casa, o trabajo digno… los pobres y descartados. Hasta allí han de ir los enviados del rey a buscarlos e invitarlos, porque la fiesta solo empieza cuando la sala del banquete está llena.

Con todo, la invitación gratuita no debe degenerar en irresponsabilidad –acudió sin traje de fiesta- porque la gratuidad de Dios reclama nuestra responsabilidad, reclama poner en acción nuestra capacidad de amar. Es la manera de responder a esa invitación.

La parábola nos lleva a repensar nuestras actitudes y nuestros esquemas eclesiales y comunitarios. Superar el escándalo de los pobres es básico para entrar en el meollo del evangelio. Los empobrecidos no son solo los destinatarios de la Buena Noticia, sino los llamados a formar parte del Reino. Como insiste en decir el papa Francisco: quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. (EG 198)

La invitación de Dios se nos ofrece hoy entre otras muchas. Una invitación que debemos saber percibir, distinguir y acoger en medio de los trabajos y las luchas, las penas y las alegrías de cada día. También la que Dios nos ofrece en los cruces de los caminos y las periferias por parte de los pobres y las personas sencillas que quizá están escuchando con gozo esa invitación. Una invitación que en nuestra vida creyente no puede ser una más entre otras tantas.

Necesitamos aprender a responder a la llamada, porque si perdemos la capacidad de responder, terminamos por desentendernos de todo y vivir encerrados en nuestro propio criterio. Necesitamos aprender a disfrutar de Dios. Necesitamos aprender a disfrutar la Buena Noticia para poder repartirla a todos.

Vuelve a tu vida, y pregúntate: ¿Vives la Buena Noticia? ¿Tu proyecto es para vivirla? ¿Es un proyecto para recorrer el camino de encuentro con Dios y de respuesta a su llamada? ¿La fe y el servicio, la oración y los sacramentos son en tu vida lo que son en tu palabra? ¿Cómo hacer que tu proyecto vaya ayudándote a acoger la invitación de Dios? Concreta pasos que dar en esa dirección.

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