Jesucristo, rey del universo. Homilía

Jesucristo, Rey del universo – A (Mateo 25,31-46)

26 de noviembre

Esta fiesta con la que concluye el año litúrgico necesitamos recuperarla e interpretarla conforme al Evangelio, porque a lo largo de mucho tiempo en nuestra historia reciente la hemos convertido en una aberración con la que justificar regímenes políticos contrarios a la vida y a la dignidad de las personas, escudándonos en lemas manipulados. El reinado de Dios no tiene nada que ver con los reyes de la tierra, ni con la “patria” o las “banderas” que ensalzamos tanto a costa de la vida de las personas. Tiene que ver con el Reino de Dios: un reino de amor y verdad, de paz y justicia, de vida. Un reino para todos donde la carta de ciudadanía la tienen los pobres, y quienes se acercan a ellos con misericordia. 

En Fratelli Tutti (63 y siguientes), el papa Francisco hace una exégesis de la parábola del Buen Samaritano, que bien puede ser la escena anterior a esta que leemos hoy en el Evangelio.

Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado, pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda.

Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.

Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades, ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor.

Mejor no caer en esa miseria. Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano.

Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad.

Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido…. todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano.

Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido.

¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo.

En este mundo que corre sin un rumbo común, se respira una atmósfera donde la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana. ¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí! (Fratelli Tutti, 31)

Solo podemos vivir nuestra fe reconociendo a Cristo en cada persona, especialmente en la persona empobrecida, en quien necesita que me haga prójimo en su necesidad. Pues si por algo se nos va a juzgar, será por cómo hemos amado, contemplando en cada hermana, en cada hermano, al crucificado. Ese es nuestro rey.


Comentarios

Entradas populares de este blog

No tengo fuerzas para rendirme

Feliz año nuevo, en pijama