Homilía 2º domingo Adviento B

La lectura de Isaías (40,1-5.9-11) de la liturgia hoy hace resonar la llamada perentoria de Dios convocándonos a la tarea del consuelo. “Consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios”. Un consuelo que se realiza en la misión de allanar caminos para nuestro Dios. 

Una tarea que se convierte en mensaje de esperanza para el pueblo. Un encargo que procede del Dios compasivo que pone oído al sufrimiento de su pueblo y que, haciéndonos oír ese mismo sufrimiento, pone en nuestras manos su respuesta: consolad.

 

Consolar es la manifestación de lo que la Iglesia -y cada miembro que la formamos- hemos de hacer en nuestro mundo, con las personas, en esta situación de injusticia con los pobres y de deshumanización que vivimos. Consolar es acompañar la vida de las personas, de quien puede experimentar la soledad de forma más intensa en su vida; de quien necesita experimentar el consuelo de la fraternidad, para sentir la ternura de Dios. 

 

¿Quién de nosotros no necesita experimentar el consuelo ante el desaliento o la adversidad? ¿Quién es tan autosuficiente que no necesite cuidados? Todos hemos experimentado la fragilidad, la limitación, la soledad y el miedo en aquellos largos meses de pandemia.

 

Necesitamos consuelo y sanación. Un consuelo y una sanación que nacen de la vivencia de la fraternidad a la que somos convocados en nuestra vida por Dios. El consuelo y la sanación de la comunión y del bien común. Un consuelo y una sanación que necesitan experimentar, sobre todo, y los primeros, quienes son descartados. Un consuelo que objetiva la fraternidad, y que porque se realiza en el bien común se hace tarea política.

 

Para poder vivir el consuelo necesitamos conversión. Necesitamos un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y estilos de vida (FT 166). La tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la hondura espiritual, hacen falta para dar calidad a las relaciones humanas de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos. (FT 167)

 

Reconocer a cada ser humano como un hermano o una hermana y buscar una amistad social que integre a todos no son meras utopías. Exigen la decisión y la capacidad para encontrar los caminos eficaces que las hagan realmente posibles. Cualquier empeño en esta línea se convierte en un ejercicio supremo de la caridad. Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en «el campo de la más amplia caridad, la caridad política». Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común». (FT 180)

 

En este tiempo de Adviento escuchemos de nuevo la invitación perentoria de la Palabra de Dios a allanar senderos a preparar caminos de encuentro con el Señor. Caminos de conversión al Señor. Caminos de conversión a Dios que pasan necesariamente por el encuentro fraterno y solidario con los empobrecidos. Caminos de conversión que acerquen los cielos nuevos y la tierra nueva donde habite la justicia. Porque nuestro adviento solo será adviento de consuelo en la medida en que sea también adviento de justicia y de misericordia.

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