Homilía 4º domingo de adviento B

Por segunda vez en este Adviento resuena este evangelio. De nuevo ante nosotros la llamada de Dios, la turbación de María, la invitación a fiarse de Dios, y la decisión confiada de hacerlo así, pese a no tener todas las respuestas.

Somos demasiado racionales en nuestra vida. Pretendemos ajustar todos los términos del contrato que Dios quiere sellar con nosotros para salvaguardarnos las espaldas y poder pedirle cuentas. Queremos tener todo bien atado. Querríamos que Dios nos diera garantías de que dejarlo todo por él, efectivamente nos reportará el ciento por uno, ya en esta vida. Si hacemos eso es que no nos hemos dejado aún amar por Dios; no nos hemos abandonado entera y confiadamente a la promesa de su amor. Si pretendemos eso no podremos recorrer el camino vital de nuestra fe.

 

Si hacemos eso, es que aún no hemos comprendido cuál es la única manera posible de relacionarnos con Dios, de seguir a Jesús, de estar en su Iglesia. Volvamos a fijarnos en María, o en Ana, en Isabel, en Simeón o Zacarías, en Rut, en David, en José… en los apóstoles, en Pablo… en lo débil del mundo que ha escogido Dios. Fijémonos en nuestra propia debilidad, en la vulnerabilidad que las situaciones que vivimos han puesto más intensamente de manifiesto. Y volvamos a sentir que, en esa debilidad humana, Dios se hace fuerte.

Una fuerza que nos empuja, hacia fuera, hacia el hermano o la hermana necesitados. Una fuerza del Espíritu que nos hace capaces de descubrir los signos de la presencia de Dios en los gestos sencillos y cotidianos que dan sabor a la vida. En las pequeñas esperanzas que nos invitan a descubrir la fuerza transformadora del amor de Dios en la Historia, para entonar, como María, nuestro Magníficat.

 

Pero seamos conscientes de que solo quien ha dicho antes “hágase en mí según tu Palabra” podrá entonar el Magníficat de la predilección de Dios por los pobres, y se hará cauce del amor de Dios para todos. Solo cuando María acepta la propuesta de Dios se hace realidad la encarnación del Hijo de Dios.

 

Tres palabras resumen el mensaje del Ángel: “Alégrate”, “el Señor está contigo”, “no temas”. Lo primero que María escucha de Dios, y hemos de escuchar nosotros, hoy, es “alégrate”. Y es que, cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad desaparece y la amistad entre los creyentes se enfría. Por eso, es urgente despertar la alegría. 

Como María, Virgen de la escucha, necesitamos nosotros aprender a escuchar al Señor que viene. Escuchar con el corazón es mucho más que oír un mensaje o intercambiar información; se trata de una escucha interior capaz de comprender los deseos y las necesidades del otro, de una relación que nos invita a superar los esquemas y a vencer prejuicios en los que a veces enmarcamos la vida de quienes nos rodean. La escucha es siempre el comienzo de un camino. El Señor pide a su pueblo esta escucha del corazón, una relación con Él, que es el Dios vivo.

 

Necesitamos creernos que “Dios está con nosotros”. No estamos huérfanos. Vivimos en las manos de un Dios Padre que nos busca y nos acompaña. No estamos solos. Jesús, el Buen Pastor, nos está buscando, y con él todo es posible. “No tener miedo”, a pesar del secularismo, de la incertidumbre del futuro, de nuestras debilidades… El miedo nos impide caminar hacia el futuro con esperanza. Nos encierra en la conservación estéril del pasado. Es urgente construir comunidades de la confianza. La fortaleza de Dios no se revela en una Iglesia poderosa sino humilde.

 

Nosotros pretendemos construirle la casa a Dios (1ª lectura), queremos controlarlo, encerrarlo, conocerlo, y decirle cómo ha de actuar. Pero Dios trastoca esos planes humanos. Será Dios quien nos construya la casa a nosotros; una casa de carne y hueso en la que él pueda habitar con nosotros. Cada uno de nosotros somos piedras de esa construcción. Piedras vivas. 

 

A las puertas de la gran celebración del misterio de nuestra fe, de la Encarnación de Jesús, la palabra de Dios nos invita a fiarnos del amor de Dios y fundamentar nuestra vida en esa experiencia gozosa y cotidiana del amor de Dios en nuestra vida. No se trata de tener todas las respuestas, todas las certezas. No se trata de saber cuanto más mejor, sino de dejarnos amar, de entregarnos al amor, y saborear ese amor. Se trata de sentirnos amados en nuestra debilidad, y de sabernos sostenidos por ese amor. Un amor que desarma. Que nos hace vulnerables, pero también confiados, seguros de su fidelidad.

 

Dios no cuenta con nuestra sabiduría ni con nuestras fuerzas, no cuenta con nuestro saber, con nuestras ideas… Dios cuenta con nuestro deseo y nuestra voluntad y no nos pregunta si podemos, si sabemos, si tenemos cualidades para seguir a Jesucristo, sino si queremos, si estamos dispuestos, si dejamos que sea Él en su amor quien nos construya y nos haga templos suyos. Igual que a María, solo nos dice que nos ha elegido, que nos ha llenado de su Gracia, que se ha fijado en nosotros, para encarnar a su Hijo… si queremos.

 

Consciente de nuestras vulnerabilidades y debilidades, agradecemos que Dios nos elija y nos ame. Y nuestra acción de gracias se expresa en las mismas palabras de María. Hágase en mí según tu Palabra. Hágase tu voluntad, como rezamos en el padrenuestro. Y entonces -cuando además de palabras sean expresión de nuestra vida, nuestra opción existencial- podremos experimentar su inmensa alegría transformando nuestra vida en servicio, haciendo vida la Palabra

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