Homilía en Nochebuena

Hermanos y hermanas: ¡Feliz noche!  Quienes creemos en Cristo nos hemos reunido aquí en comunidad, a la media noche, como en tantos millares de templos esparcidos por toda la tierra. Nos hemos reunido para dejar que resuene con toda su fuerza y alegría una Buena Noticia: Hoy nos ha nacido un salvador.

 

Nos ha nacido el Salvador. Nos nace quien puede aportar de manera definitiva la luz y la alegría que hemos venido buscando a lo largo del tiempo de Adviento, y que, incansablemente -aunque a veces a punto de desesperanza- vamos buscando cada día. 

 

El Misterio de la Navidad mueve nuestros corazones al asombro de un anuncio inesperado: Dios viene, Dios está aquí, en medio de nosotros, y su luz ha irrumpido para siempre en las tinieblas del mundo. 

Y hoy, cuando podríamos pensar en la vaciedad de un cuento tantas veces repetido, resuena de nuevo el anuncio: Ha nacido el salvador. A pesar de las contradicciones, de las sorpresas y desconciertos de nuestra historia. A pesar de las guerras inhumanas, a pesar del drama de las muertes injustas, a pesar de la inhumanidad de nuestra existencia, de las luchas perdidas, de las esperanzas agotadas, de la pobreza y la exclusión; a pesar de la soledad insolidaria en que tantos viven sus vidas; a pesar del descuido de la creación del que somos responsables, a pesar del deterioro de los servicios públicos, que dejan a los más pobres abandonados a su suerte; a pesar de que nuestras instituciones sigan sin ponerse decididamente al servicio de las personas, a pesar de que, como el pueblo del que habla el profeta Isaías en la primera lectura, caminemos tantas veces en tinieblas, y habitemos sombras de muerte, a pesar de tantas heridas de nuestra historia…, a pesar de todo, una luz nos brilló, una luz nos brilla.

 

Necesitamos escuchar y recibir siempre este anuncio. Es reconfortante descubrir que incluso en estos “lugares” de dolor, como en todos los espacios de nuestra frágil humanidad, Dios se hace presente en esta cuna, en este pesebre, que hoy eligió para nacer y llevar el amor del Padre a todos; y se hace presente según el estilo que le es propio, con cercanía, compasión y ternura.[1]

 

Una luz nos brilló, y acreció nuestra alegría y aumentó nuestro gozo. Una luz nos brilló hasta conducirnos a las periferias de la vida. Allí donde la iluminación engañosa de la navidad y el consumo no llegan, allí donde solo alumbran - ¡pero con qué fuerza poderosa alumbran! - los candiles y las hogueras de los últimos, que pasan la noche al raso solo abrigados solidariamente por la impotencia y la esperanza compartidas. Allí donde nada o poco se tiene, pero se es todo. Allí donde han de encontrarse quienes no encuentran sitio en las posadas de nuestras ciudades -cada vez más pendientes del negocio- porque para ellos no hay sitio.

 

Esta noche, este anuncio no puede comprenderse ni vivirse en alegría y gozo desbordantes sin haber hecho ese camino de esperanza que nos lleva hasta Belén, hasta las afueras, hasta el establo de la ternura humanada. Desde esa oscuridad de la vida puede apreciarse mucho mejor el gozo de la luz que nos brilla. Desde ahí se ven más claro el cielo, las estrellas, las lágrimas, las sonrisas.

 

Nace Dios, uno como nosotros, en nuestra debilidad, para implorar nuestra acogida y nuestra ternura, para sonreírnos y abrazarnos y hacerse puente de humanidad. Hemos llegado hasta aquí, contemplemos a este Dios cuyo solo poder es el amor entrañable e inimaginable con que nos sonríe.

 

Contemplemos ese misterio de amor del que tan necesitada está nuestra vida y nuestra historia. Contemplemos la necesidad que esta noche tiene Dios de nuestra humanidad, de nuestra fraternidad con todos, especialmente con los más vulnerables de nuestra sociedad.

 

El Dios que se nos presenta como un niño recién nacido, necesitado, frágil e indefenso, no es una imagen lejana que recordar el día de Navidad. Su corazón late en cada uno de nosotros, en cada criatura porque Él es Dios con nosotros. Un Dios que se hace uno de nosotros para dejarse tocar, acariciar, tomar en brazos, cuidar, y que nos recuerda que hoy, por desgracia, no es así para todas sus hijas e hijos. 

 

Este niño que contemplamos debe ayudarnos a contemplar igualmente la belleza inigualable, la suprema y sagrada dignidad de toda vida humana.

Ese niño nos pide hoy hacernos como niños, capaces de sorprendernos y conmovernos, capaces de acoger en cada hermana y hermano necesitado de cuidado, al Dios de las sorpresas. Capaces de ser divinos porque amamos.

 

Hermanas y hermanos: contemplemos, emocionémonos, dejemos que la mirada inocente de este niño nos traspase, nos conmueva y enternezca para no dejar de indignarnos ante cualquier violación de la dignidad humana, para poder responder con su misma ternura compasiva, con su mismo amor. 

 

 

 



[1] Francisco, DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LA CURIA ROMANA CON MOTIVO DE LAS FELICITACIONES NAVIDEÑAS Aula de las Bendiciones Jueves, 21 de diciembre de 2023 

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