Homilía Inmaculada Concepción

 Esta fiesta tiene su origen en la tradición de la Iglesia y en la devoción popular que  cree y celebra que María fue concebida sin pecado original: es decir, libre de la radical pretensión de querer ser igual a Dios, y dispuesta -agradecida y por amor- a vivir buscando, y haciendo la voluntad de Dios. Haciéndose acogida y encarnación de su Palabra de Vida y Amor.

Para comprender este dogma debemos tener presente que a María solo se la puede comprender desde Cristo. Un comentario a esta fiesta dice que este no deja de ser un don ligero que Dios hace a María, puesto que al resto de los mortales nos cuesta sudor y lágrimas combinar en nuestra existencia la autonomía personal y la gracia de Dios, aún después del bautismo.

María nos ayuda a humanizar nuestra relación con Dios. Frente a quien puede vivir con soberbia arrogancia los dones recibidos y las capacidades que Dios le da, la elección de Dios, María hace de la acogida de ese don la ocasión de vivir en humilde agradecimiento por el amor de Dios. Una forma distinta de vivir lo que somos en relación con Dios y con los hermanos. Es esa vida agradecida la que responde a la gratuidad del amor, y la que, en esa misma gratuidad, se hará servicio generoso, y cuidado atento a las necesidades de todos: de su prima Isabel, de los novios en Caná, de su familia y de la misma Iglesia, con quien se encuentra para recibir el Espíritu.

En María podemos vernos también a nosotros capaces de responder como ella a la elección de Dios. Podemos encontrarnos sostenidos por la gracia del amor para responder con generosa disponibilidad a encarnar la Palabra de Vida: Hágase en mí, según tu Palabra; hágase en mí tu voluntad. Que mi vida ofrecida sea cauce de la Gracia. Con esa actitud podemos rezar cada mañana los militantes obreros cristianos la Oración a Jesús Obrero. Nuestro ofrecimiento cotidiano de la vida es renovar cada día esa disposición a que nuestra vida sea su Vida, a que nuestro proyecto no sea otro más que el suyo, a que con la misma humildad de María sepamos acoger la voluntad de Dios.

María sostiene nuestra esperanza, desde su confianza incondicional en el amor de Dios. Nos enseña a esperar. Nos enseña a acompañar. Nos enseña a escuchar, a comprender. Nos enseña a fiarnos de Dios siempre, en toda circunstancia.

Y nos enseña a descubrir el paso de Dios por nuestra vida; las pequeñas maravillas que Dios hace en nosotras y nosotros cuando le dejamos. Y a descubrir que eso que dejamos que Dios haga en nosotros, se transforma, también, en bendición para nuestras hermanas y hermanos.

Como María, la Madre de Jesús, «queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad […] para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación». (FT 276)

Hoy puedo preguntarme: ¿Qué límites necesito atreverme a traspasar en mi vida, para vivir desde la misma confianza de María en la voluntad de Dios?

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