Sentir que hay esperanza

 Homilía 1º Domingo de Adviento_B, 3 diciembre 2023

Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza. (FT 55)

Estas palabras de la reciente encíclica del papa Francisco nos sitúan en el pórtico del Adviento que comenzamos a vivir conscientes de que nuestra vida es esperanza; se ha de hacer esperanza para otros. Nuestra vida ha de ser significación de la esperanza que necesitamos para avanzar en nuestra humanidad con la certeza de que sin esperanza no podemos vivir. Porque nuestra esperanza no se asienta ingenuamente en la ilusión de que Dios hará nuestra parte, lo que a nosotros nos toca. O en la ilusión de que el “progreso” solucionará todas las cuestiones y traerá luz a nuestras sombras. O en la ilusión neoliberal de que las cosas acaban arreglándose solas. No es así para los empobrecidos del mundo obrero, para las víctimas de la injusticia, para las y los trabajadores precarios, para los migrantes, las personas sin hogar, o desempleadas, o amenazadas de desahucios… no es así para muchas mujeres que viven doblemente la pobreza por ser mujeres, no es así para los ancianos que nuestra sociedad (o sea, nosotros) descarta, o para los jóvenes a los que se cierra el futuro y empuja a vivir en un presente sin horizonte. No es así para muchas hermanas y muchos hermanos nuestros.

Este Adviento es tiempo para sentir y expresar que hay esperanza, más allá de las sombras del presente. Para sentir y expresar que queremos ser con nuestra vida, signos de esperanza en la Iglesia, y con ella ser sacramento de la Esperanza mayor para nuestras hermanas y hermanos.

Este Adviento es tiempo para asentar nuestra esperanza en la segura fidelidad del amor entrañable de Dios que sigue acompañando nuestra historia. Es tiempo para recrear la experiencia de sabernos amados por Dios en la ternura del niño que nace para enseñarnos a seguir tendiendo puentes y derribando muros, para seguir entretejiendo lazos de reconciliación y amistad social. Es tiempo para ser esperanza, siendo portadores de la Esperanza de Dios con nuestra vida.

Si algo necesitamos experimentar en este tiempo con fuerza es la esperanza. Si algo hemos de ofrecer a nuestras hermanas y hermanos, especialmente a quienes más sufren y sufrirán las en su vida, es esperanza. La esperanza que se hace solidaridad cotidiana, fraterna cercanía, mirada acogedora, camino en compañía, pasión compartida, escucha misericordiosa, apuesta por la vida, siembra de utopía y entrañable y contagiada ternura en la caricia humana del Dios hecho niño.

Como en el texto del evangelio, Dios ha puesto en nuestras manos este mundo, la creación, y nos ha encargado cuidarla hasta su regreso. Los cristianos vivimos en esa continua espera de la venida del Señor. Velar no es solo algo propio de un tiempo, de una situación. Es nuestra condición vital. Somos quienes esperamos. Quienes velamos. Quienes confiamos en la vuelta del Señor para llevar el Reino a plenitud.

Velar es lo que nos permite mirar y descubrir, sentir y acoger, desvelar la cercanía del Señor y los signos del Reino, anunciar los signos de Vida que hay que cuidar y realizar.

Velar es algo que hacemos sostenidos por la esperanza y con la confianza de que Dios vendrá, aunque no sepamos cuándo ni cómo. Por eso hemos de vivir más atentos. Por eso no caben nuestros cálculos estériles, ni podemos ceder al desaliento.

Velar es la actitud vital con que realizamos la tarea de cuidado que Dios nos encarga. A cada cual nos encomienda una tarea. No hay nadie irresponsable.

El problema de la espera, -y esa es la experiencia en la que se sitúa el profeta Isaías  en la primera lectura de hoy- es que, igual que no sabemos el cuándo, tampoco conocemos el cómo. Y podemos estar esperando algo que sea solo el fruto de nuestro deseo, no la voluntad de Dios, no el proyecto del Reino. 

Adviento es tiempo para descubrir esa distonía que puede haber entre mi vida y mis esperanzas y el proyecto de Dios. Es tiempo para ponerme en sintonía con su proyecto de Vida, y convertir mis actitudes, mis maneras de pensar y sentir, de vivir, mi docilidad al proyecto del Reino. Nuestra tarea de cada día es seguir buscando, conociendo a Dios; es seguir dejándonos encontrar por Él y dejándonos transformar por ese encuentro.

Adviento es tiempo para reiniciar cada día nuestra historia con Dios y seguir dejando que su sorpresa nos envuelva. Dios siempre viene a nuestra vida en la novedad cotidiana que no se deja atrapar por la costumbre o la rutina. Nuestro Adviento nunca es una mera repetición de la jugada, porque la vida no lo es.

Si velamos y miramos, si vivimos con los ojos abiertos, Dios se deja ver y encontrar, y acoger por quien practica con alegría la justicia y andando sus caminos se acuerda de Él.

Para cuidar la parte de la creación que Dios pone en mis manos ¿cómo he de activar mi vela, mi esperanza, mi atención fraterna? ¿En qué puedo afinar mi proyecto personal de vida en esa dirección? ¿Cómo abrirme cada día a la sorpresa amorosa de Dios?


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